Tom Harrell (Urbana, Illinois, 1946) está considerado uno de los mejores trompetistas de jazz. Su nombre va ligado al de Woody Herman, Stan Kenton, Horace Silver, Bill Evans o Phil Woods, quien en la década de los ochenta lo integraría en su grupo, el Phil Woods Quintet, con el que recorrió medio mundo. Enfermo de esquizofrenia desde su juventud, convive con esta grave enfermedad y con el éxito, que le devuelve a Mallorca, en esta ocasión como cabeza de cartel del Jazz Voyeur, festival que llega al sexto episodio de la presente edición.

"Ya estuve en Palma hace unos 25 ó 30 años, en el Auditòrium, con Phil Woods, alguien que se portó muy bien conmigo. Esta isla me parece un lugar muy inspirador, con monumentos realmente hermosos, como la Catedral, que ya he visitado", comentó ayer el músico en la habitación del hotel en el que se aloja antes de referirse al concierto que ofrecerá hoy, a partir de las 21 horas, en el Principal. En el teatro se presentará con su trompeta, instrumento al que define como "el sonido de la felicidad", y al frente de su actual quinteto –con el que lleva colaborando desde hace unos cinco años–, un formato por el que dice sentir "una fascinación total".

Wayne Escoffery (saxo tenor), Danny Grissett (piano & rhodes), Ugonna Okegwo (contrabajo) y Johnathan Blake (batería) arroparán hoy a un trompetista que está convencido de que "un quinteto puede sonar como una big band, algo que aprendí con Horace Silver", con quien tocó entre 1973 y 1977.

"El respeto a las tradiciones, saber innovar, sentir al público y tener química" son algunas de las cualidades que debe reunir un instrumentista deseoso de actuar con Harrell, para quien la música "forma parte de un plan celestial que puede aunar a toda la gente".

"La felicidad, la alegría –continúa–, es el sentimiento más importante, lo que une a la gente. La fusión del blues y el flamenco que lograron músicos como Horace Silver o Charles Mingus conseguía un estado de entusiasmo que me interesa mucho". Hombre de conocimientos musicales enciclopédicos, citó dos nombres más, el de Woody Herman –"él me introdujo en todo esto"– y el de Bill Evans, "una persona fantástica".

Admirado por su capacidad para improvisar de una manera cerebral, pero emocionalmente conmovedora, Harrell aprueba cuatro adjetivos dirigidos a su música: "Inteligente, emotiva, fresca y accesible. Sirven en todos los casos. Beethoven era un genio y también era tan accesible. Al igual que John Coltrane. De lo que se trata es de llegar a la profundidad de las emociones", precisa.

Enamorado de España y de su cultura –"siento un gran respeto por el flamenco"–, sonrió al ser preguntado si se consideraba algo así como un Dios de la melodía. "La melodía –contestó– es un llanto humano a Dios y la armonía es la respuesta. ¿Y el ritmo? El ritmo es el latido del corazón".

Hijo de un catedrático de psicología empresarial y estadístico, Harrell creció en la zona de la bahía de San Francisco. Niño excepcionalmente brillante, aprendió a leer solo y se saltó un curso en enseñanza básica. Empezó a tocar la trompeta a los 8, y en el instituto ya tenía su propia banda de jazz. Intentó quitarse la vida mientras estudiaba composición en Standord. Eso dio lugar a un diagnóstico de esquizofrenia. Con tratamiento, logró completar su formación escolar e inició su carrera de música. Hoy presenta el álbum que hace el 25 en su discografía, Roman Nights, su tercera entrega para el sello High Note.