Se supone que el encuentro de civilizaciones ha de buscar sus referentes en los pueblos antiguos. David MacVicar, el escocés que firma el espacio escénico de la Aida coproducida por Covent Garden de Londres, Opera de Oslo y Palau de les Arts de Valencia, presta un gran servicio al sueño de Zapatero al agitar en su coctelera licores egipcios, chinos, mayas y japoneses. La novedad "sincrética" de un relato faraónico con sumarias decoraciones del periodo Ming, samurais entrenados en artes marciales y sadomasoquismo sacrificial de la América prehispana, da carácter a la apertura de temporada del colosal escenario de Calatrava que la intendente Helga Schmidt mantiene en cabeza de los europeos pese a las mutilaciones del presupuesto, único dato "universal" de la ópera de hoy. Pero ya es obligado ver qué hace Valencia. El que no tenga en cuenta sus propuestas se queda a la cola, y no solo en el ámbito español.

MacVicar, de rabiosa moda en este país (también es autor de los recientes Birtten de Madrid y Berg de Barcelona) desdeña la espectacularidad habitual, e incluso la luz. Sus decorados son austeros y abstractos, tenebrista la luminotecnia y tan solo el vestuario multiétnico de Moritz Junge se permite lujos. El sentido de la representación carga acentos en el mundo enrarecido de los ritos isíacos, con pesadas atmósferas de manipulación psicofísica, perversión erótica y demasía pseudoreligiosa. Todo en frío, por exceso de hielo en la coctelera.

Estos hermetismos encajan a la perfección con las "divinas lentitudes", y, por tanto, longitudes, de Lorin Maazel, vaca sagrada que a los 80 años pasa por completo de fáciles lucimientos para concentrar su técnica prodigiosa en la elaboración de un concepto, en este caso claramente expresionista y capaz de "refundar" sin traicionarla una partitura archipopular. Expresionismo contenido, en todo caso, en las notas de Verdi, sus excesos heróicos, misteriosa sinuosidad orientalista y violentos contrastes. La Orquesta de la Comunitat y el Coro de la Generalitat valencianas, titulares del Palau, sirven admirablemente la dilatación de los tiempos y la soignificación de masas, conjuntos y solos que pide la batuta. La precisión en la respuesta a sus ilustres maestros sigue siendo la "tierra" firme y fecunda en que se apoyan los sueños representados.

Pocos tenores spinto hay en el mundo comparables al canario Jorge de León por la calidad del timbre en todos sus registros, la extensión, el poder y la entrega. Pero son muchos menos los que pueden aguantar sin ahogarse el tempo que impone Maazel (de las nueve funciones de Aida, el divo argentino Marcelo Alvarez cantará precisamente las no dirigidas por aquél). De León es el vincitor indiscutible de este gran acontecimiento musical, en paralelo con la mezzo Daniela Barcellona, sensacional en la refinada línea de canto, la amplitud de tesitura y la suntuosa audibilidad de los graves de pecho y los sobreagudos. Con ellos, por orden de calidad, el bajo Giacomo Prestia, gran sacerdote que impresiona por voz y presencia, la soprano Indra Thomas, poderosa en su color cambiante, y, en plano medio, el barítono Gevorg Hakobyan y Marco Spotti.

Maazel y los conjuntos del Palau acaban de decir lo último en Aida. Ya es una costumbre...