La historia del perfume es tan antigua como la de la humanidad. En la Edad de Piedra se quemaban hierbas aromáticas para las deidades (el origen etimológico de la palabra perfume se encuentra en per fumum, a través del humo). En la tumba de Tutankamon se hallaron más de 3.000 botes aún fragantes después de treinta siglos. Napoleón se hacía llevar al frente un tocador y usaba sesenta frascos al mes; Josefina, según la leyenda, se bañaba en perfume. Catalina de Médicis, harta de aromas orientales, quiso oler a flores. Y así floreció Grasse, cuna de la perfumería moderna.

Al principio, estaba claro. El perfume era una experiencia sensorial. Pero las grandes "narices" del mundo buscaban más. "Los hombres podían cerrar los ojos ante la grandeza, ante el horror, ante la belleza y cerrar los oídos a las melodías o las palabras seductoras, pero no podían sustraerse al perfume. Porque el perfume era hermano del aliento. Con él se introducía en los hombres y si estos querían vivir, tenían que respirarlo. Y una vez en su interior, el perfume iba directamente al corazón y allí decidía de modo categórico entre inclinación y desprecio, aversión y atracción, amor y odio. Quien dominaba los olores, dominaba el corazón de los hombres", escribía Patrick Süskind en El perfume. Tenía que haber algo más, mucho más. Los aromas evocan o provocan, conmueven o mueven, atraen o repelen. El perfume es una experiencia emocional.

Jimmy Boyd, autor del libro Perfume y sensibilidad, lo sostiene con total rotundidad. Él es un perfumista emocional. El arte "rinoemocional" defiende que cada perfume es una emoción y cada persona, cada personalidad y cada personalidad olfativa tiene su propio perfume, personal e intransferible.

Directo al cerebro

Hay perfumistas que han ido todavía más allá. Que creen que la perfumería es una experiencia intelectual. Geza Schoen –una de las narices más vanguardistas y rompedoras del panorama actual– se alió con Christiane Stenger, una ex niña prodigio –fue la persona más joven en ganar el título de maestro de memoria cuando tan solo contaba doce años de edad, también se alzó con el campeonato del mundo junior de memoria que ganaría dos veces más– La serie de perfumes Beautiful Mind (mente hermosa) apunta directamente al corazón y la mente. Un viaje a la profundidad de la memoria. Realizada con notas de magnolia, bergamota, mandarina, pimienta rosa, fresia, osmanthus, rosa, hediona, cedro, tiaré, almizcle, sándalo y cashmeran, pretende reproducir una determinada noche de verano. El frasco es la imagen de holograma de un rostro —el de Christiane—, obra del diseñador gráfico Pablo Blanco de MeCompany.

"La memoria es infinita", concluyó Stenger, tras utilizar su habilidad para archivar los olores en los que trabajaron juntos en Berlín durante un mes. Parece que el cerebro puede retener un número infinito de olores. Aunque no sepamos aprovecharlo. Hay unos 4.000 olores registrados, aunque se suelen manejar unos cientos. Una nariz trabajada puede almacenar mil, dos mil o tres mil. Un perro, diez mil veces más.