El Club de Opinión DIARIO de MALLORCA albergó esta semana un diálogo entre Carlos Garau Sagristá, ingeniero, su hijo Carlos Garau Fullana, de igual profesión, y Rosa María Mateos, geóloga y directora en Balears del Instituto Geológico y Minero Español, con motivo de la presentación del libro del primero de ellos acerca de la Teoría unificada de impactos. A los efectos de quienes no sabemos gran cosa de tectónica de placas, de impactos de cuerpos celestes y de conversión de la energía cinética en potencial, la polémica acerca de cómo se formó el paisaje que ahora contemplamos remite a los tiempos aquellos, a principios del siglo XIX, en los que las teorías catastrofistas tropezaron con la obra de Charles Lyell para dar paso a la ciencia moderna de la geología. La influencia de Lyell fue inmensa y llegó mucho más allá de los planteamientos técnicos de su disciplina. Los Principles of Geology fueron lectura y guía de Charles Darwin cuando, a bordo del buque de su majestad la reina Victoria que llevaba por nombre Beagle, estaba sentando las bases que le llevarían a la propuesta del mecanismo de la selección natural.

Lyell escribió contra corriente, toda vez que el pensamiento religioso imponía entonces una interpretación de la génesis del planeta afín a la idea central del catastrofismo: acontecimientos bruscos y muy recientes que fueron capaces de dar lugar a las montañas, valles y mesetas que se pueden ver hoy. Una historia, en suma, que a lo largo de poco más de cuatro mil años —de acuerdo con la cronología deducida de la Biblia— albergó todos los procesos que han generado tanto el Himalaya como las simas abisales. Como alternativa, Lyell propuso unos mecanismos de cambio semejantes a los que actúan en estos momentos: mediante movimientos minúsculos pero continuos; el modelo que conduciría, a la larga, a la teoría de los desplazamientos continentales recordados y defendidos, en DIARIO de MALLORCA, por la directora del Instituto Geológico y Minero.

Lyell también aceptó sucesos bruscos como son los que se derivan del vulcanismo. Pero su papel sería en gran medida secundario. De tal suerte, la geología como ciencia se ajusta a las pautas gradualistas aunque el catastrofismo, en una versión muy alejada del pensamiento bíblico, bien es cierto, sigue vivo de la mano de las ciencias de la vida. La hipótesis de Stephen Jay Gould y Nils Eldredge acerca de la evolución por equilibrios puntuados habla de largos periodos en los que nada les sucede a las especies seguidos de conmociones bruscas durante las que se transforman. Las extinciones masivas, como la que acabó con los dinosaurios a finales del periodo Secundario, podría haberlas causado el impacto de cuerpos celestes contra nuestro planeta. Carlos Garau reclama atención acerca de las consecuencias no sólo biológicas sino también geológicas de tales catástrofes. Sospecho que los paleontólogos —algunos de ellos al menos— acogerán con mucha mayor simpatía sus tesis que los herederos de Lyell, es decir, los geólogos.