Bastantes intérpretes quedan marcados para siempre por un papel determinado. Es el caso de Catalina Valls Aguiló de Son Servera (así, para distinguirse de la mítica Catina Valls), que de aquí a la eternidad será siempre doña Obdúlia de Moncada, el papel que encarnó (en la agonía de la señora), por dos veces, en la Mort de dama de Pere Noguera (la gran Maruja Alfaro lo asumía en su madurez). Le bastó muy poco: el timbre trémulo inconfundible de su voz, fogueada en la radio, y el ademán soberano de la mano izquierda, para volver inolvidable a la anciana aristócrata de Villalonga. Hasta le llegaban envíos remitidos a nombre de doña Obdúlia. Ahora sí que se nos ha muerto la dama, porque Catalina nos ha dejado.

Si no recuerdo mal, debió ser hace apenas unas semanas que vi a Catalina Valls en el teatro. Como siempre, en primera fila; porque amén de actriz, autora, poeta, era, quizás sobre todo, público ávido, de la misma manera que quienes escriben deben ser primero lectores voraces. Esa butaca de la fila uno del Teatre Principal de Palma, la de la esquina de la izquierda, vista desde la entrada, debería llevar para siempre el nombre de Catalina Valls Aguiló de Son Servera grabado; sería, me parece a mí, el homenaje que a ella más le complacería.

No ha podido ser que Catalina Valls llegara a estrenar aquel monólogo galardonado, Vell amic de banús, que le compuso expresamente para ella el autor y crítico Gabriel Sabrafín Ripoll, tan añorado. Tampoco hizo nunca La loca de Chaillot, pieza con que soñaba, según me confesó hace un cuarto de siglo en una entrevista en la Prensa mallorquina, y que en el cine protagonizó nuestra divina Katharine Hepburn. Siempre es así: nos quedan un puñado de deseos en cartera, para llevárnoslos con nosotros a ese paraíso (término tan escénico) donde Guillem Cabrer y Xesc Forteza, Wilde y Capellà, conversan de teatro en el proscenio.

Al menos, Catalina Valls sí que ha tenido ocasiones en abundancia de palpar el cariño que le teníamos la gente de teatro en todos sus oficios. Y de enterarse de que los primeros premios de teatro y danza de Balears, los Escènica, le otorgaron a ella el galardón de honor por Mallorca; aunque no pueda estar en persona, en su butaca de la primera fila del Principal, para recibirlo. Vaya aplauso que se va a llevar ese asiento el día 29, cuando se pronuncie su nombre con todas las sílabas. Para que pueda escucharlo con nitidez desde su palco en la eternidad.

Si aquellos que escriben y publican arañan un pedazo de inmortalidad, si quienes encarnan a otros personajes viven otras vidas, si quienes perduran en el recuerdo de quienes les han conocido nunca mueren del todo, Catalina Valls Aguiló de Son Servera ha tenido la satisfacción de conocer todas esas fórmulas de pervivencia. Así que me corrijo: la dama no ha muerto.