Oriol Bohigas (Barcelona, 1925), artífice de la villa olímpica barcelonesa, se lamentaba ayer en Palma de que el ayuntamiento de la Ciudad Condal quisiera convocar un referéndum para reformar la Avenida Diagonal. "Esto es cosa de los técnicos, la ciudadanía atiende a ideas más generales", se quejaba. Acto después, volvió a arremeter contra el monumento franquista de Sa Feixina y a defender el urbanismo de Palma, pese a los "pecados cometidos".

–¿Hay que tirar abajo todos los monumentos franquistas?

–No hay que generalizar. En el caso del monolito de Sa Feixina, sí, porque no sirve para nada. Los monumentos que no son edificios y son sólo simbólicos es muy difícil que alberguen una escuela. El Valle de los Caídos es un desastre político, pero tiene un espacio interior utilizable en el que se pueden llevar a cabo muchas maniobras para imprimirle un carácter diferente. Un caso ejemplar es la Laboral de Gijón, que era un monumento franquista que ahora se usa como universidad.

–¿Firmaría algún manifiesto en apoyo al juez Baltasar Garzón?

–Sí. Que a Garzón, que está acreditado para castigar los asesinatos de la dictadura, se lo quieran cargar, sólo puede significar que el franquismo ocupa un lugar de poder preeminente en la justicia de este país. El mal funcionamiento del poder judicial también se demuestra en el retraso a la respuesta del Estatut catalán. Que el futuro de Cataluña esté en manos de unos jueces caducados significa que España está muy descalabrada.

–¿Cómo debe desarrollarse una ciudad? ¿Hay un método?

–Para que una ciudad vaya bien debe ser dirigida y programada por políticos que lo hagan bien. La ciudad es un producto político. Si cae en manos privadas y en las leyes del mercado, es porque los políticos se han dejado llevar por principios neoliberales.

–¿Son los planes generales urbanísticos de las ciudades el origen de todos los males?

–Los países europeos confían en que las ciudades puedan regularse con los planes generales. Pero las ciudades funcionan con criterios distintos a estos planes. Cuantos más planes generales tenga una ciudad, peor funcionará.

–¿Se sienten los arquitectos utilizados por los políticos?

–No se puede generalizar. La arquitectura se ha convertido en una especie de carta de presentación del político, que quiere hacer obras llamativas porque piensa que así se asegura el éxito popular. Si esto es abusar del arquitecto, pues no lo sé.

–¿Por qué se construyen edificios inútiles?

–Es una situación que se da poco. Y si pasa es porque o se trata de un error de programación política o porque es un caso de abuso y corrupción, como el Palma Arena.

–Casos como el Palma Arena pueden dañar la imagen de los arquitectos.

–Sí. La verdad es que me escandaliza todo esto, pero sobre todo el hecho de que puede que todos estos casos no vayan a tener consecuencias negativas para estos políticos en las votaciones. Lo que significa que éste es un país de corruptos: desde las asociaciones de vecinos hasta el Estado mayor.

–¿Por qué hubo un boom de la arquitectura espectáculo en nuestro país?

–Para ganar elecciones, para aparentar un momento brillante de un político o una empresa privada. Recuerdo que un alcalde de ésos dicharacheros dijo: "Pon un [Norman] Foster en tu programa y tendrás al pueblo de tu lado". Pero también sucede con la obra privada: las empresas creían que contando con un arquitecto de prestigio tendrían más facilidades para conseguir los permisos para construir.

–¿Podemos fiarnos de los concursos públicos?

–No son garantía de que el proyecto elegido es el mejor o muy bueno. El jurado es incompetente y no tiene tiempo de mirarse todos los proyectos. Los concursos públicos son una excusa para dar un proyecto ‘a dedo’ al arquitecto que tú quieras sin tener que dar explicaciones a nadie.