José Carlos Llop (Palma, 1956) ha puesto una Palma desconocida sobre el mapa. Una urbe que se oculta bajo la actual y en la que flotan todos: Robert Graves, Camilo José Cela, William Butler Yeats, Graham Green, Borges, Andrés Ferret, Perico Montaner, Cyril Connolly, Jean Seberg, Cristóbal Serra, Joan Miró, Miquel Barceló, Juan Bonet, Georges Simenon, Rosselló-Pòrcel... En la ciudad sumergida (editado por RBA y ya a la venta en librerías) se instala en la tradición literaria cultivada por escritores que han retratado sus ciudades –piénsese en el trabajo de Orhan Pamuk respecto a Estambul–, "un género en el que la voz del escritor y la voz de la urbe acaban siendo la misma. Y la manera en que se expresa esa voz bebe de la memoria y de la técnica, sólo de la técnica, novelística", precisa Llop, quien nació en 1956, l´ Any de sa neu. "Aquí está el origen del libro, y esta semana que he salido a la calle ha vuelto a nevar. Es un buen presagio", asegura el articulista de DIARIO de MALLORCA.

–¿Reconocerá el lector la Palma que usted refleja en el libro?

–El lector conocerá la Palma que yo reflejo a partir de la lectura de este libro, y otros reconocerán fragmentos de su Palma en la mía. El escritor crea un espacio de la memoria y en ese espacio se contemplan, se ven sus propios contemporáneos. La Palma donde nací era socialmente mestiza, mezclada, abierta, donde la exageración del dinero no marcaba la cartografía de la ciudad. El abogado y el afilador vivían en la misma casa, aunque sus viviendas fueran completamente distintas. O el médico se cruzaba en la Calatrava con el gitano. En esa Palma había geranios y su luz era la mejor del mundo; ahora tenemos un híbrido.

–¿Intuyo un tono nostálgico?

–No. Nací en el 56 y escribo sobre la Palma que he conocido, pero sin una visión nostálgica. Mi generación ha tenido la suerte de nacer en una ciudad que era provincia mediterránea, que tenía una tradición de cosmopolitismo cultural que arrancó en el siglo XIX, que tenía turismo, que la visitaba la Sexta Flota norteamericana, con lo que los aficionados a la música rock podíamos escuchar los discos completos y no censurados [en el resto del país lo estaban]. Si comparamos la Palma de finales de los sesenta o principios de los setenta con cualquier otra ciudad española, la diferencia es abismal.

–¿Por qué ha atraído Palma a tanta gente?

–La belleza no basta, tenía que haber algo más para que toda esa gente viniera. El poso de la historia también cuenta. Joyce y Proust se encuentran una noche en el Majestic de París y apenas se dicen nada. Pero ese encuentro ha generado cientos de páginas en la literatura europea. Una isla es un lugar de paso y de frontera como lo es un hotel, y en ella se han encontrado en el siglo XX otros que no son ni Proust ni Joyce. Con En la ciudad sumergida he buscado recoger lo que pervive de esos encuentros. Siempre he vivido en Palma como si no fuera Palma, sino como si fuera una suma de ciudades distintas que me las favorecía un perfume, un resto arquitectónico, un retablo, el cielo o los extranjeros que decidieron venir a vivir y morir aquí.

–También ha dejado en esas páginas un buen rastro de su propia literatura.

–En la ciudad sumergida es el relato de mi ciudad natal, pero también es la casa de la vida, y es también lo que en el siglo XVII llamaban una poética, el taller de donde salen todas mis novelas. Palma está presente en El informe Stein sin nombrarla; en La cámara de ámbar y en Háblame del tercer hombre sin nombrarla; lo mismo que en El mensajero de Argel. Los 50 años eran una buena edad para nombrar [a Palma], que es otra forma de poseer lo que no había nombrado hasta entonces, pero que era una presencia constante en mi literatura.

–¿En qué difiere esta obra de las otras que se han escrito sobre Palma?

–Palma ha generado mucha literatura, y, si pienso en el siglo XX, tengo que mencionar Ciutat ha 60 anys de Bartomeu Ferrà i Perelló, de principios de siglo; y a mediados, La ciudad desvanecida de Mario Verdaguer. Por eso, la intención de En la ciudad sumergida es que sea un libro que relate el resto de siglo, que no aparece en esos libros anteriores, o que el comienzo de éste se plantee como un recurso estilístico. Creo que es un libro generacional.

–¿Qué significa para usted la ciudad?

–Nadie se conoce a sí mismo sin conocer su ciudad natal. La diferencia en la intensidad de vivirla es distinta en cada persona. Walter Benjamin decía que la casa es la segunda piel. Yo no distingo muy bien entre la casa y la ciudad. Las dos conforman la segunda piel del escritor urbano, como es mi caso.

–En la obra aparece formulada de distintos modos, pero la reflexión viene a ser ésta: "En Palma es imposible ser ciudadano".

–Sí, hay una imposibilidad metafísica en el hecho de ser ciudadano. Los límites de la ciudad europea son siempre evidentes. Después de la ciudad no hay nada. Eso no ocurre con Palma. Si no es en la primera generación, la segunda sí es de fuera de la ciudad. La relación con el pueblo y el campo es a menudo más estrecha que con la propia urbe. Este libro es una forma de reivindicar el hecho de ser ciudadano en una cultura hostil a este mismo hecho. Piensa también en la cultura literaria mallorquina, que es más insular que urbana. Si la literatura es el testamento escrito de una cultura y a su vez lo que la renueva, Palma está siempre en minoría. Pese a ello, esta ciudad ha generado dos grandes escritores en cuya obra se encierra todo lo que ha pasado y pueda pasar en Mallorca. Cuando algo privado trasciende a la esfera pública siempre es algo que está entre Mort de dama [Llorenç Villalonga] y Miss Giacomini [Miguel Villalonga], sean los conflictos derivados de una herencia, o sea un lío en el Parlament o las rencillas entre dos personajes públicos. Todo encaja siempre entre ambas novelas, como ocurrió por ejemplo con la intrahistoria del retablo cerámico de Miquel Barceló en la Catedral hasta el mismo día de su inauguración.

–Analogías, conexiones nerviosas. Todo para trazar un dibujo de la ciudad y...

–Y una teoría de la ciudad. Si una novela también es una forma de pensar, al escribir En la ciudad sumergida me planteé que fuera una forma de pensar la ciudad y que esa forma procediera de una manera diferente de haber vivido la ciudad y de un modo distinto de como hasta ahora se había reflejado en la literatura este hecho. En sus páginas siempre está la disyuntiva entre el quedarse y el irse [de Palma]. Y triunfa el hecho de quedarse, tal vez porque como decía John Banville: "la única manera de escaparse de Irlanda es vivir en Irlanda".

–Mucho humor. ¿En serio que ir a un funeral en Palma es un acto de reafirmación?

–Claro que hay humor. Ya lo dijo Camilleri: "los sicilianos sólo nos soportamos desde el humor". Es un humor que hace de espejo. En cuanto a los funerales, nos definen. Son el mejor autorretrato de nuestra sociedad.

–¿Y qué pasó con esa burguesía incipiente contemplada por aquel niño que va de la mano de su padre?

–La Guerra Civil impidió que cuajase en la isla una burguesía a la europea. Su metáfora es el barrio de la Plaza de la Reina y de Antonio Maura, que desapareció. El Teatro Lírico, el Café Riskal, el Alhambra, los consignatarios de buques, esa cercanía con el puerto como un símbolo de estar conectado con el mundo, la arquitectura de Bennázar... Todo eso lo truncó la guerra como tantas otras cosas. Y por eso rescato en el libro cierto espíritu burgués.

–Otro de los temas recurrentes: la importancia de las apariencias en esta ciudad.

–La apariencia es la forma de ser que tiene el que no es. Y la máscara que usa el que no desea que se sepa cómo es.

–Palma mira más ¿hacia el mar o el campo?

–Palma es una ciudad frente al mar, que es el espejo donde se reflejan todas sus imposibilidades. Sin embargo, su alma está poseída por la memoria del campo.

–Y para usted, ¿qué es ser palmesano?

–(Sonríe). Pues vivir En la ciudad sumergida.