Petros Márkaris reconoce que no es típico adoptar una postura brechtiana –distanciada, de mero espectador– al narrar una historia negra. Él lo hace. "Tanto me marcaron las traducciones que hice de Bertold", confirma. El escritor huyó joven de Estambul para trasladarse a Alemania y Austria, donde se especializó en cultura alemana. Y comenzó a trazar a Jaritos, el policía ateniense que ahora indaga en la memoria de su creador.

–¿Estambul o Constantinopla?

–No importa. Se están peleando por dos palabras que etimológicamente provienen igualmente del griego.

–En la denominación ganan los griegos; en la dominación, los turcos.

–En efecto. Para explicar el fenómeno de expulsión de los griegos de Constantinopla, podemos centrarnos en otra ciudad que sufrió un fenómeno similar: Tesalónica. En Tesalónica, los alemanes expulsaron a los judíos ante los griegos, meros espectadores. Las dos ciudades han cambiado la población.

–¿No es una excusa la novela negra para hablar de su propia historia?

–Sí. En este libro narro la historia de estos griegos de Constantinopla que fueron obligados a volver a su país de origen. Yo lo viví. El Estado turco ha intentado expulsar a los griegos muchas veces. Es una historia de dolor continuado. El primer intento de expulsión fue en 1942, cuando se les subieron los impuestos a los griegos, tanto que no podían pagarlos. El segundo intento fue en 1955, con el conflicto de Chipre. En esta ocasión, destrozaron los bienes de la comunidad. En 1964, el gobierno turco expulsó definitivamente a los griegos. Éstos se marcharon, así como las familias mixtas.

–La novela negra cae en las primeras páginas.

–Sí. Al principio de todo ya apunto quién es el asesino. No hay misterio. La protagonista del libro es en este caso un personaje real, la mujer que cuidó de mí y de mi hermano en Constantinopla. Incluso utilizo su nombre real.

–El inspector Kustas Jaritos se convierte entonces en su pelele.

–Lo utilizo para dar paso a todas estas explicaciones históricas. El problema aquí no es Jaritos, sino que he hecho un personaje que no sé muy bien qué hacer con él. Y encima le tengo mucho cariño.

–Asesínelo.

–No, sería demasiado fácil. Si fuese televisión, pues tendría preparada para él una enfermedad mortal.

–¿Qué va a hacer con su inspector en la próxima novela?

–Creo que le pondré a él y al comisario turco Murat en un país europeo. Encarnan a dos personajes que tienen complejo hacia Europa. Grecia se siente maltratada y Turquía... Digamos que ambos están en contra del concepto de Europa.

–¿Es Europa es una entelequia?

–No sé, yo no tengo país. En este mundo estoy muy bien, no tengo grabado eso del país. Lo que me queda a mí es la ciudad, Constantinopla. No me siento griego, pero tampoco turco.

–¿Por qué funciona tan bien la novela negra?

–La novela negra ha cambiado porque la sociedad también lo ha hecho. A partir de 1989 se admitió que el crimen organizado es una parte de la sociedad. El dinero que produce es enorme. Lo más curioso es que muchos ciudadanos trabajan en el negocio negro sin saberlo, porque trabajan donde se blanquea el dinero. Estamos en un mundo globalizado que sólo quiere ganar dinero. No importa cómo se gane. Además, el crimen organizado se ha juntado con los poderes para conseguir ese objetivo. La novela negra tiene éxito porque vivimos en un infierno propio de novela negra. La verdad es que para hacer novela negra no tengo que buscar mucho material. En una de las avenidas atenienses más importantes, hay muchas fincas de lujo con oficinas. Nadie sabe de quién son esas oficinas. Yo te lo digo: son el escaparate del crimen organizado ruso. La mafia rusa ha blanqueado dinero a través de la construcción. Son expertos en ello.

–¿Haría lo que Roberto Saviano?

–No lo sé. Antes de leer a Saviano, recomiendo la lectura de McMafia. El crimen sin fronteras (Destino), del periodista Misha Glenny. Ofrece una imagen de crimen organizado a nivel mundial. Allí señala que nuestro gran problema es que el crimen organizado ahora trabaja legalmente.

–¿Le ha ganado el pulso la novela nórdica a la mediterránea?

–No. Ahora está de moda. Parece que por ser nórdicas hay que darles un premio, igual que cuando se hace una película sobre Irán. No todo lo que viene de arriba es bueno.

–¿Qué les falta a los suecos?

–La importancia de la ciudad, el vivir la urbe. En Los mares del sur de Vázquez Montalbán la ciudad huele. Las ciudades son partícipes de la novela, como la gastronomía. Cuando lees a Montalbán y Camilleri se te llena la boca de comida. Cuando lees a Mankell, de perritos calientes con cerveza. Es una cuestión social que tiene que ver también con la independencia de la mujer en estos países. La novela nórdica es políticamente correcta. Por eso aburre. Si se introduce ahí una lesbiana es porque es un comportamiento que ya está aceptado socialmente.

–¿Qué le gusta de Camilleri?

–Que el comisario Montalbano tiene mucho estrés y presteza para resolver el caso, pero que antes de dar con el asesino siempre dice: "Primero, vayamos a comer".

–¿Vio algo en Larsson?

–Cuando empecé a leer a Larsson y llegué a la página 150 no pude seguir. Me di cuenta de que en ese tiempo podría haber leído a tres escritores diferentes. Soy un admirador de Georges Simenon: en 150 palabras te dice todo lo que no dice Larsson en 800 páginas.

petros márkaris.

Presentación ‘Muerte en Estambul’ y proyección de ‘Un toque de canela’. Cena griega. Centre de Cultura ‘Sa Nostra’. 19 horas.