La vida en Can Feliz hace honor a su nombre. Así lo promete y transmite Lin Utzon (Dinamarca, 1946), una artista que contagia paz; la misma con la que ella se "alimenta" en la segunda casa mallorquina proyectada por su padre, el arquitecto Jorn Utzon. Creadora, diseñadora, inhala y espira naturaleza, una musa constante de una obra que ha decidido alterar a siurell. "Son maravillosos", entiende, camelada por una figura que colecciona desde hace tres décadas y que ahora reflexiona manchándose de barro. El Centre Cultural Andratx, cómplice del proyecto, expondrá los resultados desde el 19 de septiembre, inaugurando una muestra individual que tiene mucho de homenaje y rescate de la cultura mallorquina.

"En el papel cabe todo, mientras que trabajar con una forma supone hacerlo con un límite. Puede ser terrible, o puede concederte infinita libertad, aunque llegar a ella implica realizar un viaje". Lin Utzon, promete, se ha "divertido mucho" con su periplo siurell, finalizado con éxito en la orilla de la emancipación creativa. La artista lleva trabajando sus piezas desde enero, ocho meses que delatan la evolución de su propia producción, centenar y medio de figuras. "Comencé trabajando muy concisamente, tal y como son los siurells. Al final los he transformado en otra cosa, aunque el principio es el mismo", explica apoyada por sus bocetos; primero en papel, después en placa de yeso; igualmente al servicio de la muestra de Andratx.

Los siurells de Utzon son grandotes, con cuerpo y alma de jarra. Los más altos, una quincena, escapan del concepto, para mostrarse en forma de escultura a piezas, ensambladas por un hierro y con base cuadrada de marés. Todos visten de blanco mediterráneo. No tiene cejas, tampoco pito para ser silbados, un complemento que entendió "innecesario", en su caso. Sus ojos y su boca, no más grandes que una pepita de sandía, son suficientes para imprimir un talante distinto a cada una de las piezas, a veces hombre, a veces mujer, contentos o enfadados, arrogantes o amables, nunca iguales. En las formas se apoya su personalidad, sin límites, "infinitas".

"Me atrae su inmediatez, su sencillez, el hecho de que con barro, tres dedos y pintura se pueda crear algo tan verdadero y con tanto carácter". Utzon justifica así su fascinación por la figurita, un objeto que le ha permitido "abrir una puerta a otro universo y trabajar de una manera diferente". Cierto, los siurells poco tienen que ver con la expresión artística habitual de la danesa, aunque en las últimas obras de la serie ya se ha atrevido a salpicarlos de azul, color fetiche. Ha sido un "viaje", recuerda, que ha terminado pintando con el mismo guache que el siurell más primitivo, pues el acrílico inicial no funcionó.

"Creo que para el mallorquín será interesante ver cómo se puede dar otro enfoque al siurell", sugiere con respeto. Utzon, que expuso por primera vez en la isla hace dos años –en Ses Voltes– tiene ganas de repetir en su segunda patria, "una tierra en la que puedo vivir como quiero". No habla en tono altivo, sino como la artista viajada que es: "Podría vivir en Nueva York, una ciudad muy interesante. No lo hago por todas las razones que están aquí", reincide, sumando a los mismo motivos que argumentó su padre –"paz, tranquilidad, luz, naturaleza"– a todos los artesanos que la han ayudado en su trabajo.

Los mayores elogios son ahora para Pep Coll, torneador de Pòrtol, el mismo con el que ya trabajó Miquel Barceló. "Es difícil encontrar a alguien como él, sus manos son como si fueran las mías", explica, responsable el mallorquín de trabajar el barro que Utzon ha presionado para convertir en siurell. "Es un torneador maravilloso, único".