Guaret. Binat. Terçat. Tres "estadios" en la vida de Emili Manzano expuestos a la luz pública "con cierto pudor" en su primera incursión en la narrativa: Pinyols d´aubercoc. Periodista, sus entrevistas en los programas de televisión catalana, Saló de lectura y la actual L´hora del lector, han logrado más lectores que cualquier campaña institucional de fomento a la lectura. Situarse en el otro lado de la trinchera le ha costado lo suyo. El destino -unos meses en el paro tras el corto periodo al frente del Institut Ramon Llull- y la sugerencia del editor de L´Avenç le condujeron a dar el "sí". El mallorquín que ama a distancia la isla -vive en Barcelona desde hace ya dos décadas- rinde "homenaje" a sus antepasados, a su lengua, a sus olores, sabores. A otra Mallorca que es la de muchos de nosotros y que aún recuerda cómo son los Pinyols d´aubercoc.

-"Quatre paraules abans de començar" en las que, a diferencia de otros escritores, admite que lo contado, "inventado o no, es autobiográfico".

-Todo lo que uno lee, escribe, critica es autobiográfico, ahora bien, no hay que confundir: hago trampa. Todo es autobiográfico, aunque sea inventado, porque sólo la literatura se puede permitir esta ambigüedad frente a este mundo tan material.

-Es la narración en tres episodios de quien mira Mallorca desde la distancia y, sin embargo, la escucha desde la cercanía.

-Sí he pasado años fuera de Mallorca. Maria del Mar Bonet me lo decía un día: los que llevamos tanto tiempo fuera, la queremos de otra manera, más idealizada, me comentan los amigos. Es cierto que ha cambiado, que ha habido mucha especulación con la construcción, pero yo aún me maravillo de las cosas que siguen intactas. Ha cambiado el nivel de vida, adoramos más el dinero, pero la luz, la lengua, la comida, el olor... Llegamos a la isla y me sorprende escuchar a mi hijo diciendo lo mismo que dije yo a su edad.

-En el primer "estadio", Guaret, es la voz del niño quien, sin embargo, habla en un tono melancólico, de adulto.

-¡Claro!, porque está escrita por un adulto que trata de encontrar las percepciones de su infancia, sólo que es difícil no escapar a esa melancolía que contrasta con el tono jovial. Cuando escribes no controlas y si corriges, desfiguras. Para mí lo más difícil ha sido dar el paso a exhibir esto porque es muy personal. Es una celebración de la belleza del mundo.

-Algunos de sus capítulos ya habían sido publicados por la revista L´Avenç. ¿Qué les diferencia de la versión libro?

-Hay muchos inéditos, más de la mitad del material; los otros han sido muy pulidos. Es una obra de dos años, muy trabajada.

-Porque quería escribirla en "aquella lengua extranjera que hablaba Proust". ¡Ahí es nada!

-(Risas) Me han dicho que parece un libro noucentista. Al principio es una prosa muy poética que al final cede para irse más al cuento. Los primeros son acuarelas de pintor aficionado de domingo.

-Imagino que lo dice con doble intención.

-Me veo como un aficionado. Mi oficio no es escribir y no sé si seguiré. Siempre he encontrado otra cosa que hacer antes que escribir. Me gusta y me tienta el mundo, salir, viajar, claro que tomo notas. Este libro nació al quedarme unos meses sin trabajo y fue estimulante. Cuando uno es lector que frecuenta a Conrad y tantos otros, te preguntas y ¡yo qué hago aquí! No sé si por vanidad uno acaba publicando un libro.

-Un libro que parece concebido para ser leído en voz alta.

-Pulirlo ha sido obsesivo porque buscaba que sonase natural, recuperar el léxico y la manera de decir las cosas. Lo que más me ha gustado ha sido estar escribiéndolo, recordando cómo se hablaba de esto y lo otro, casi -espero que no me tomen por un loco iluminado- entraba en trance porque escuchaba hablar a mis abuelos, mis antepasados. Esta ha sido su herencia: una lengua. Les devuelvo al escribirlo el mundo perdido. Luego al crecer, el niño se explica el mundo con otra lengua.

-En su presentación dice una frase memorable: "Vivo en tres lenguas, pero moriré en dialecto".

-Yo, como mallorquín, estoy en la periferia de la periferia y, en realidad, estoy en el centro del mundo: Mallorca. Claro que existen los riesgos de la globalización que no podemos combatir al cien por cien, pero delante de otras lenguas que hablo como el francés con mi mujer, el catalán estándar por trabajo, el castellano en España, pienso y quiero en mallorquín porque es mi especificidad. Yo no soy nacionalista y nunca me he sentido tan mallorquín como cuando viví cuatro meses en China. Mi lengua es pequeña pero es infinita.

-¿Entenderán en Barcelona sus ´Pinyols´?

-No tengo miedo a utilizar este patrimonio; uso endemismos mallorquines, es que los catalanes los han perdido.