Francisco J. Ayala eligió un cedro libanés que será recuerdo del acto de investidura como doctor honoris causa que ayer celebró la Universitat de les Illes Balears. "Es un árbol bonito y que está en peligro de extinción", esgrimió como motivo de su elección. Lógica elección en quien ha hecho del estudio de la evolución humana y de las connotaciones éticas en el desarrollo de la Ciencia señas de su identidad profesional. Francisco J. Ayala, profesor de Ciencias Biológicas en la Universidad de Irvine en California, es uno de los grandes impulsores de los estudios de evolución humana en el mundo. Durante años fue asesor científico en el gabinete presidencial de Clinton. Nacido en Madrid, partió a Estados Unidos en 1961. A su país de origen regresa habitualmente. Nunca para quedarse. "He plantado este árbol que vive muchos años y con mi optimismo habitual, espero verlo crecer", dijo al soltar la pala.

Apadrinado por los doctores de la UIB Camilo José Cela Conde y Miquel Roca, el doctorado fue propiciado por el departamento de Filosofía "por los rasgos morales que existen en esta eminencia mundial", comentó el primero. El Consell de Govern de la Universitat balear lo aprobó el 28 de septiembre de 2004. Casi veinte meses después se llevó a cabo el acto de investidura. La Universitat volvió ayer a ponerse en pie ante un nuevo doctor honoris causa.

Confusión de Ayalas

Fiel al protocolo, corresponde a los padrinos defender al elegido. Cela Conde optó por una anécdota real, la que protagonizó el mismo con su defendido, Francisco J. Ayala, el día que se conocieron y que nació de un equívoco. Recuerdo de otro profesor Ayala.

En un hotel de Caracas, en el año 1982, se celebraba un congreso "disparatado a guisa de homenaje a Darwin al que habían invitado a mi padre, experto darwinista donde los hubiera, como todo el mundo sabe, y luego de rebote, a mi". Narró el adjunto a la dirección de DIARIO de MALLORCA. Al advertirle que estaba Ayala entre los congresistas, éste quiso saludarle recordando una cena en su casa de Manhattan, "puesto que Francisco Ayala el escritor es muy amigo de mi familia desde hace mucho tiempo. Al llamarle y presentarme como Camilo José Cela, educadamente me dijo que no estaba muy seguro de que nos conociéramos. Le recordé la cena en Nueva York. Me citó en la recepción del hotel". La escena fue dos desconocidos buscando a dos personas que, desde luego, no estaban en el hotel. "Se ve que Francisco Ayala, este Francisco Ayala, clasifica mejor las moscas drosófilas que los humanos insensatos. No sólo no me retiró el incipiente saludo sino que nos hicimos amigos". Las risas llenaron la sala.

A Miquel Roca le quedó la glosa científica. Una abultada hoja de servicios -presidente de la American Association for the Advancement of Science, honoris causa por más de una decena de universidades europeas, 19 libros publicados, 800 artículos en las más prestigiosas revistas científicas- avalan su "capacidad para calibrar el potencial inmenso que su disciplina ofrecía". Recordó entonces Roca cómo "en el marco de la teoría evolutiva, la Neurociencia parece aventurarse como el único sistema capaz de aliviar en el futuro alguno de los problemas de sustrato específico que tienen planteados determinados ámbitos del conocimiento. Francisco J. Ayala ha sido de los primeros en ver este salto cualitativo".

El punto neurálgico de cualquier investidura reside en el discurso del elegido. El experto en biología evolutiva no podía menos que glosar la figura de Darwin para enhebrar su exposición. "Darwin completó la revolución copernicana al introducir en la biología la noción de sistema natural de materia en movimiento explicable por la razón humana". Prosiguió Ayala: "Darwin acepta la organización funcional de los seres vivos, pero pasa a dar una explicación natural de tal organización. Con ello reduce al dominio de la ciencia los únicos fenómenos naturales que todavía quedaban fuera de ella: la existencia y organización de los seres vivos".

El rector de la Universitat, Avel·lí Blasco cerró los parlamentos elogiando a "un amante de la sabiduría". Todos en pie, escucharon el Gaudeamus Igitur.