Detrás del péndulo

Regresión está ambientada en la Norteamérica profunda de hace tres décadas. A un inspector de policía local (Hawke) le asignan la denuncia de una joven adulta (Watson) de haber sido víctima de ritos satánicos. Ante la falta de avance de la investigación, recurre a un psicólogo (Thewliss) que utiliza el método de regresiones. Esos dos elementos clave marcan dos caminos, dos géneros, que no acaban de congeniar. El thriller psicológico está en línea de Shutter Island de Scorsese/Lehane o el Corredor sin retorno de Fuller. Los ritos satánicos son un tema recurrente en las películas de terror. Amenábar no se corta en apilar sus ingredientes habituales: pesadillas, paranoias persecutorias, sociedades ocultas, torturas, sacrificios humanos, abuso de menores, y regarlos con el aderezo más popular, sustos, callejones oscuros, cámara subjetiva, música subrayante, omnipotente, casi estridente. La jugada, la mezcla de géneros, es un intento evidente de seducir al público que antepone el entretenimiento. Al abusar de esas triquiñuelas, hablando claro, del género de terror, sacrifica la verosimilitud y distancia al público con un mínimo de inteligencia. Tampoco afina con los personajes, demasiado encasillados en sus roles. Ahí la ambición le juega una mala pasada al cineasta. Como guionista se echa en falta el apoyo de Mateo Gil; como director de orquesta (fotografía, ritmo, ambientación) sí se muestra sólido. En el reparto sólo Ethan Hawke y David Thewliss aguantan el tipo con más que profesionalidad. La película es entretenida sin llegar a despegar, a emocionar, a encoger el corazón. Amenábar se muestra como un alumno muy aplicado, no sobrado; el primero de la clase no siempre ha sido el más brillante.