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Opinión

El hombre blanco

Jean Schalekamp era hijo de un rígido pastor protestante como los que aparecen en las películas de Bergman, Dreyer y otros directores nórdicos. La inexistencia de la confesión liberadora en el calvinismo ha proporcionado en Europa un puritanismo distinto al del catolicismo más carca. Este puritanismo protestante quizá sea menos hiriente, pero cuando hiere, sus consecuencias son más profundas y desestabilizadoras. Schalekamp era hijo de esta circunstancia y por tanto acabó siendo ateo. Primera liberación. La segunda fue el Mediterráneo, no sin antes haber pasado por París y traerse una pipa existencialista, una barba de marino existencialista y una pose erguida y distante de intelectual existencialista. Aquí la repetición no es sólo un recurso estilístico. Jean Schalekamp se escoró hacia la izquierda y ahí también estaba, en cierto modo, la huida de la sombra paterna.

Pero yo estaba hablando del Mediterráneo: Jean recaló en Ibiza: en la misma isla que había visitado Walter Benjamin y empezaban a visitar los primeros hippies. Pasó luego a Mallorca y se topó con el mundo de Cela, Buadas y los Premios Formentor, que venimos de celebrar la pasada semana. Hay imágenes de un Schalekamp joven en las terrazas del Hotel Formentor, escuchando a unos y acercándose a otros. Esas imágenes nos hablan de la Mallorca que fue y del introductor en esa misma Mallorca del fotógrafo holandés -como él- Carl Oorthuys. Cuando uno contempla las fotos de Oorthuys se imagina a Jean Schalekamp señalando la toca de unas monjas, el pórtico barroco de una iglesia, o al panadero en bicicleta portando sobre su cabeza la gran tabla de madera donde transporta los panes. En esta isla nacimos algunos y en ella había fondeado el escritor Jean Schalekamp para vivir, escribir y traducir (que es otra forma de escribir). De Yourcenar a Pérez-Reverte, pasando por la gran dificultad de Claude Simon, y en sentido contrario a los poetas de su tierra al castellano. Antes de venirse, su madre le espetó -él lo contaba con una sonrisa al acecho-: '¿Cómo te atreves a irte a un país con el que hemos estado cien años en guerra?' La herencia de los Tercios de Flandes.

Aquí escribió sus libros. Aquí ha vivido con su mujer Muriel Ten Cate, la otra parte de Jean sin la que Schalekamp no habría sido quien fue. Aquí nació el menor de sus hijos. Aquí dedicó unos años a la parte del horror de la guerra civil en la isla, cuando apenas ningún historiador local lo hacía. Aquí fue amigo de sus amigos (y eran muchos los escritores, artistas y periodistas mallorquines que podían considerarse amigos de Jean) y fue él, por ejemplo, quien quiso que Arturo Pérez-Reverte y yo nos conociéramos. Jean nos miraba a todos con una sonrisa amable que derivaba en un rictus de escepticismo metafísico, mientras las palabras salían de su boca a ráfagas y desembocaban en una risa seca. Le gustaba el jazz y le asomaba a menudo y en passant el aire de cavista parisino. Diario de Mallorca fue su casa hasta que dejó de escribir en prensa. Siempre llegaba el primero a las terrazas de los cafés y en su impaciencia se adivinaba el genio oculto que quizá heredó de su padre. Ahora ha muerto a punto de cumplir los noventa años y ambos podrán hablar de puritanismo y picaresca, mientras su madre alza la ceja y le pregunta a Jean qué tal lo pasó entre las alabardas de los bárbaros españoles. Le gustaba vivir alejado y en medio del bosque y ahí, entre la flora y el clima mediterráneos, tuvo también su Norte mientras fue despidiéndose de nosotros.

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