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Entrevista

Fernando Delgado: "Estoy deseando que desaparezca lo de las dos Españas y que éste sea un país plural"

"Ahora, a mis 67 años, escribo y leo por necesidad vital, no porque aspire al Premio Nobel"

Fernando Delgado (Tenerife, 1947), ayer, en Formentor. guillem bosch

Su voz profunda, casi cavernosa, y una sonrisa franca son sus armas para granjearse rápidamente la simpatía de su interlocutor. Habla con entusiasmo sobre Santa Teresa de Jesús, personaje de su última novela publicada, y critica la hoguera de las vanidades de la política, muy presente en los partidos emergentes. "A la radio se lo debo todo", confiesa. Con Fernando Delgado el aire es un micrófono.

-Ha elegido La montaña mágica de Thomas Mann para hablar de la maldad. ¿No le vino antes a la cabeza Doktor Faustus?

-La verdad es que no. Como decía el propio Mann, La montaña mágica hay que leerla dos veces. Pensé en esa novela desde el recuerdo, me acordaba de la malicia de Settembrini, y de su defensa de la maldad, pero de una maldad como fuerza de la razón. Es decir, la maldad como motor de la reflexión, como inducción al cambio y a la revolución, que es lo que ilumina a este personaje.

-En su última novela hay un personaje muy bondadoso, Santa Teresa de Jesús. ¿Hay maldad en ese libro?

-La hay a porrillo. El mundo clerical del siglo XVI era terrible. Los propios frailes y poderes eran exagerados en su aplicación. Por ejemplo, la prisión a la que sometieron a San Juan de la Cruz en Toledo es un recorrido por la crueldad más intensa. Hace 40 años pensé en escribir una novela sobre San Juan y me disuadió un buen amigo que me dijo que la única acción novelable que había protagonizado el místico era escaparse de la cárcel. Pues bien, Santa Teresa luchó contra toda esa maldad. Por otra parte, ella era una maliciosa -en el sentido de Settembrini- muy socarrona como lo fue también el propio Jerónimo Gracián [el otro protagonista de la novela].

-Es diputado socialista y ha trasladado las letras a las Cortes Valencianas. ¿Le hacía falta la literatura a la institución?

-La literatura le hace falta a la sociedad en general a la hora de reflexionar sobre sí misma. Aquellos que quieren convertirse en voz de esa sociedad en un Parlamento necesitan del buen uso de la palabra. Un escritor que se compromete con la política no lo hace para defender los intereses de la sociedad cultural a la que pertenece sino para aplicar la mirada de escritor que ha ido adquiriendo con la literatura al ejercicio de la política. Eso no quiere decir que sea mejor persona que esos que no tienen esa mirada. He podido comprobar que el mal uso de la palabra y de las formas a veces deterioran la dinámica de los Parlamentos y también afectan a las relaciones humanas en el ejercicio del entendimiento y del diálogo que se le presupone a una institución como la parlamentaria. En el Parlamento y fuera de él lo que más me decepciona de muchos políticos es el postureo, palabra que según me ha dicho Darío Villanueva la RAE estudia consagrar ya mismo por ser muy expresiva. Hay gente que nos hace creer que haciendo política lo que persiguen es dar protagonismo a la sociedad cuando en realidad lo que buscan es el protagonismo propio. He podido comprobar que la vanidad en la política es muchas veces superior a la vanidad de los artistas o de la gente de la cultura, que es mucha por lo general.

-¿Y ve mucha vanidad en los partidos emergentes?

-En los partidos emergentes hay verdaderos narcisos, gente complacida de haberse conocido que no sólo le hace a uno sospechar que en definitiva resultan tan viejos como algunos políticos de toda la vida, sino que ese narcisismo tan exacerbado les hace estar muy por debajo de los políticos de los mejores tiempos de nuestros Parlamentos, que no son éstos.

-¿Cuáles fueron los mejores tiempos de los Parlamentos?

-Los primeros tiempos de la Transición. En esa época, había protagonistas con formación intelectual, entendimiento y una capacidad de diálogo que no es comparable con la realidad de los Parlamentos posteriores y mucho menos con la configuración de los actuales.

-¿Nunca pensó en fundar otro partido o ingresar en alguno de los nuevos?

-No. Siempre he sido socialista de principios pero no de partido. Me presenté como independiente en una comunidad, la valenciana, que había llegado a extremos de indecencia, una indecencia escandalosa incluso estéticamente, de tal manera que los dramas se habían convertido en sainetes. A los 67 años una persona que no ha estado activa en la política sólo puede querer participar en ella por una obligación ética; es decir, no es alguien que viene a hacer carrera sino que estás de paso, que no significa estar de pasota. Es una persona que tiene un compromiso por un tiempo breve con la política. En mi vida, ahora todo está sometido a la brevedad. Incluso la propia ambición literaria, que es mucho más modesta. Ahora escribo y leo por necesidad vital, no porque aspire al Nobel.

-Antes hablaba de diálogo y mañana [hoy] se dirimen cosas importantes en Cataluña.

-Lo de la independencia es un debate sesgado por ambas partes. Estoy deseando que desaparezca lo de las dos Españas y que éste sea un país plural, donde se pueda hablar con respeto. Soy un amante de Cataluña, me he sentido vinculado a ella y no quisiera que ese territorio dejara de formar parte de aquel en el que yo vivo, lo que no quiere decir que no respete otras opciones. No quiero una España fracturada pero tampoco quiero la unidad de España de la que hablan algunos y por la que rezan otros, como el arzobispo de Valencia. En lugar de invitar a la gente a rezar por la unidad de España, debería haber invitado al Papa a venir a Valencia para condenar la camorra y la corrupción. Prefiero a alguien que reza por una España limpia y decente que no a quien implica a Dios en sus visiones políticas.

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