Arte que testifica la insuficiencia del actual orden político y económico frente a la pintura-pintura en sus diversas manifestaciones. La Nit de l'Art que se inaugura mañana a las 19 horas bascula entre estas dos maneras de afrontar el arte contemporáneo: una más ética y otra más estética, aunque ambas conectadas con la huella del ser humano.

Los artistas latinoamericanos del programa galerístico oficial -cada vez más integrados en el circuito español, no en balde ARCO se ha volcado este año en ellos- son acaso los más comprometidos con su entorno y sus problemas. Si el visitante desea descorchar el recorrido (hoy ya puede hacerlo en grupo con guías de Introart si desea ahorrarse las aglomeraciones del sábado) por el peruano Alberto Borea (galería Xavier Fiol, Sant Jaume, 23A), se encontrará con la construcción de un discurso en torno a la inmigración, la violencia o el capitalismo a través de una abstracción de estilo urbano en blanco y negro. La siguiente parada recomendable y sin perder el hilo de arte contestatario es en La Caja Blanca (Can Verí, 9), donde se exhiben las piezas de la ecuatoriana María José Argenzio. A través de la heráldica y toda su simbología, analiza la identidad de su país como nación colonizada desde distintos puntos de vista: el histórico y el social. La artista reinterpreta a partir de elementos indígenas (armas, árboles y animales autóctonos) en distintas telas, como el chifón, los escudos heráldicos de los apellidos ecuatorianos, con el fin de restituir las auténticas raíces de muchas clases pudientes que tratan de buscar en sus antepasados linajes italianos o españoles. La obsesión por los antecesores es tal que la revista La semana, publicada los domingos por el periódico Expreso, ofrece a sus lectores una exhaustiva revisión de todos los escudos de las familias ecuatorianas. "En mi país siempre miramos hacia el norte. Tanto es así que los I wanna be -nuevos ricos- se han creado un barrio artificial en Guayaquil inspirado en Miami", comenta Argenzio. Para la artista, su país está padeciendo una doble colonización: la de los españoles, "que ni siquiera consideraban seres humanos a los indios", y la de los propios ecuatorianos de clase alta, que marginan a aquellos que sí conservan las raíces propias. Las telas de la muestra han sido bordadas a mano por nativos. Las que están enrolladas como si se vendieran por metros contienen heráldica serigrafiada en un material que imita el pan de oro. Ropajes translúcidos que en el fondo dejan al descubierto la verdadera identidad de quien los luce. El espectador puede que no se percate, pero este proyecto es mucho más realista de lo que aparenta. Argenzio ha utilizado apellidos de políticos reales "responsables de la miseria de Ecuador". Es el caso de Nebot, "el alcalde mi pueblo". Respecto a la llegada de Correa al poder, la artista aplaude la recuperación de elementos como el quechua en la educación o ciertos cambios sociales de izquierda, "el problema es el precio que el pueblo está pagando por ello: control de los medios, manifestaciones diarias, la deuda comprada por China, etc."

Si se buscan mensajes directos y contundentes, la siguiente galería que hay que inspeccionar es la Fran Reus (Concepció, 6). El artista mallorquín Bartomeu Sastre parte de la premisa que vivimos en una situación de emergencia y de inseguridad constante. Para canalizar su propuesta, comisariada por Tolo Cañellas, echa mano, como es habitual en él, de frases y expresiones en inglés: "This is promising"; "I've got to here"; "I'll do it". La denuncia de Sastre no está tan enfocada en la crisis económica como en las exigentes y asfixiantes demandas de la sociedad capitalista: el elevado rendimiento que se demanda en el trabajo, la exigencia de tener pareja, familia, de ir a la última, de innovar en el mundo del arte... Tanto las sentencias como los materiales empleados para la fabricación de las piezas -mantas térmicas de accidentes de tráfico, cristales encontrados en la basura, sprays... elementos que simbolizan la fragilidad humana- son una reacción a esa sociedad competitiva que lacera el devenir de la existencia.

Sin ser directamente crítico pero con un discurso en el que subyace cierto cuestionamiento del territorio y del flujo de las ciudades, Rafa Munárriz arma una muestra de estampas urbanas e industriales en Pelaires (Can Verí, 3). "Es una investigación que empecé en un viaje a Londres, donde la ordenación del tráfico -circulan por la izquierda- generaba un orden distinto del flujo humano. Después recalé en São Paulo, una ciudad muy mal planteada y superpoblada, en la que un simple pasamanos en el metro servía como barrera para ordenar a la gente", indica. Precisamente, el pasamanos está representado en la exposición (en la planta baja puede verse la obra ya inaugurada de Boetti), conformando un perfecto triángulo que representa el bucle físico, símbolo de la rutina diaria. La pieza principal de la muestra son los dibujos titulados Ejercicios de coerción, "en los que encierro un circuito dentro de un laberinto". Cada uno de esos circuitos se materializan después en el resto de piezas tangibles de la muestra, donde se reflexiona sobre el dirigismo en los flujos de las ciudades. "Unos flujos que a veces cuestiono pero que al fin y al cabo funcionan", agrega el artista navarro.

En una dirección similar, pero con resultado muy distinto, puede traerse a colación la obra de Eok Seon Kim, en la Pep Llabrés (Sant Jaume, 17). Lo suyo son los juegos ópticos y geométricos. Con el espacio también trabaja Michael James Walker. Su especialidad son las delimitaciones geográficas. A través de Aba Art interviene en la plaza Porta de Santa Catalina junto a su pareja artística Kelly Cumberland, cuya obra parte de la traslación en imágenes artísticas de los cambios en los agentes microscópicos. Ambos, del Leeds College, han creado una instalación site specific efímera y de calle cuya preparación queda ilustrada en los bocetos que se exhiben en el interior de la galería, donde la alemana Katharina Pfeil ha instalado su "laboratorio de Dios". La pieza central de su propuesta es una suerte de máquina del tiempo, donde las diferentes edades de la humanidad están representadas: la de Oro, Hierro, Piedra y Bronce. Cada una de ellas está relacionada con las distintas fases de la conciencia humana, que depende de los estados de ánimo: alegría, dolor, tristeza, etc... Esa pieza, con una especie de manivela, "nos convierte en el propio Dios de nuestras vidas Si somos conscientes de cada una de esas fases, podemos llegar a tomar el control de las mismas", comenta Pfeil. "Ahora estamos en la edad de Hierro, una etapa oscura, destructiva y con mucha explotación", refiere la artista, quien representa estas distintas edades en superficies de cartón intervenidas y coloreadas. "Sin embargo, es el ciclo en el que nos podemos conocer mejor como especie", agrega. De ahí que, en la última obra, haya creado un efecto espejado sobre la pintura negra, pieza que devuelve al visitante su propio reflejo.

El acercamiento artístico a una de las realidades humanas más cotidianas y monótonas de Occidente, ir a la oficina, es el reto de Ignacio Uriarte (Louis 21, Sant Martí, 1). Sus dibujos son fruto del trazo automático e inconsciente que en muchas ocasiones uno ejecuta mientras trabaja: garabatos, subrayados... Dibujos en blanco y negro, a rotulador o bolígrafo, cuyo desgaste y velocidad con la mano van dejando su huella sobre el papel. "Son obras que reflejan el propio proceso del dibujo", apunta el artista. Una pieza sonora que cuenta los segundos en alemán (¿un guiño al país metódico de Merkel?) hasta ocho horas -lo que dura una jornada de trabajo- completa una muestra que gira en torno a la rutina laboral, "con sus cosas positivas pero también negativas; habrá gente que lo verá como un castigo", bromea. A pesar de la ambivalencia en las palabras de Uriarte, la exposición provoca incomodidad y desasosiego.

Si hubiera que dar un premio a la muestra mejor integrada en el espacio de toda la Nit es la de la galería Horrach Moyà (Drassanes, 15), con una propuesta de Vasco Araújo. El portugués representa a través de estados de ánimo la que fuera su casa de la infancia. Una memoria rescatada a partir de autorretratos fotográficos muy teatrales y dramáticos, una instalación-armario con prendas antiguas y un vídeo en el que las pinturas de su antiguo hogar se convierten en protagonistas.

Por último, la pintura del programa oficial se ha aliado con la última planta de la sala de Drassanes, con los cuadros de Girbent; con Maior (Can Sales, 10), gracias a las nuevas armonías imposibles de Broto, con figuras y fondos más rotundos y diferenciados entre sí, subrayando la presencia de dos planos distintos (uno sólido y otro más líquido); o con los pasteles azules y amarillos de Tomás Absolon en el oratorio de la Kewenig (Sant Feliu, s/n).