­La actriz Elena Anaya se implica a fondo en sus trabajos, tanto que atraviesa "vidas con ellos", vive "experiencias tremendas" y eso le transforma y le modifica, pero siempre en positivo, como un aprendizaje.

Así se expresa en Venecia, donde ayer presentó La memoria del agua en la sección Jornadas de los Autores de la Mostra, muy contenta con una película sobre una pareja que ha perdido a su hijo, una historia que invita a la reflexión, dirigida por Matías Bize y con Benjamín Acuña como coprotagonista . "Pienso que tal vez estas películas nos sirven para reflexionar sobre la crudeza de la vida y sobre qué podríamos hacer todos para construir un mundo mejor y más igualitario, donde todos tengamos más opciones de ser felices", señala la española.

Una historia, la del filme, que le hace pensar en la tremenda historia del refugiado sirio que perdió a su mujer y a sus dos hijos ahogados. "Mi película es una ficción de cómo lidia una pareja con la muerte de su hijo, que es un drama terrible, pero hay 6.000 personas que entre el año pasado y este han muerto ahogadas en el Mediterráneo", recuerda la actriz.

Y esas "6.000 familias de esas 6.000 personas ahogadas, no solo tienen que lidiar con el dolor de una persona ahogada, como en nuestra película, sino además con el hecho de ser refugiado".

Unas imágenes terribles y que han dado la vuelta al mundo, pero con las que "parece que Europa se ha dado cuenta por fin de la terrible realidad de los refugiados y de la falta de sensibilización en todo el mundo", señala Anaya.

Una sensibilidad que la actriz lleva a sus personajes, que prepara intensamente para meterse en su piel. "Yo me alimento, vivo de esto (...), porque no los hago desde fuera".

"Hay muchas técnicas, pero esa cara de sufrimiento no la hace el maquillaje. Hay que llorar desde un lugar muy profundo y doloroso", dice Anaya de su papel en La memoria del agua.

Y para lograr esas interpretaciones no duda en trabajar intensamente o en repetir una escena las veces que sean necesarias, aunque a veces no sea fácil, como recuerda con una sonrisa sobre el rodaje de La memoria del agua.

"Cuando has hecho una toma 35 veces, como la secuencia con la que empieza la película, que era un plano secuencia, ya no sabes si arrancar la tela de la piscina o tirarte dentro y ahorcarte con la cuerda, llega un punto en el que no puedes más". Pero el resultado siempre acaba por compensarla porque esos personajes que la transforman son los que prefiere como actriz y como espectadora.