El artista Joan Miró (1893-1983) cambió la hora del arte de su época y forjó en el yunque de su obrador una personalidad propia que desembocó en variadas facetas como las de ilustrador, poeta y ensayista, según se aprecia en una exposición abierta en Valladolid.

Cántico del sol y otros diálogos literarios, lema de la muestra que permanecerá hasta el 18 de octubre, reúne un centenar de grabados entre aguafuertes, aguatintas y litografías, además de algún dibujo preparatorio, con la común cualidad de la tensión y vocación literarias que siempre destiló en su obra. Curioso, versátil e investigador, "el grabado fue un instrumento muy rico para su creatividad", para sustanciar las obsesiones de quien "siempre amplió las posibilidades expresivas" a través de distintos medios, entre ellos la literatura, "primero como ilustrador, luego como colaborador y más tarde como creador".

De ello dan cuenta, en palabras de la comisaria de la exposición, Dolores Durán, las series colgadas desde ayer en la antigua Iglesia de las Francesas, "una faceta no tan conocida de su obra" y que constata el afán de Miró por erradicar el "concepto elitista" del arte a través de las posibilidades multiplicadoras del grabado.

En este muestrario se engrosan, prácticamente inédito, las series Cántico del sol (1975), basada en el libro de San Francisco de Asís; Barcelona (1964) y Tapis de Tarragona (1972), dedicadas a ambas capitales, y Liberté des libertés (1971) como acompañamiento de un libro de poemas de Alain Jouffroy.

Lunas crecientes y menguantes, cóncavas y convexas, soles ovalados y fuegos que iluminan la noche en formas y colores variopintos, conectan el sustrato telúrico de Miró con la austeridad y el amor por la naturaleza de santo franciscano. "Hay que pintar pisando la tierra, para que entre la fuerza por los pies", anotó Miró dentro de una cita incluida en el número de la revista literaria y artística Papeles de Son Armadans y en la que el artista participó con unas ilustraciones dedicadas al grupo El Paso.