A sus 85 años, Maruja Alfaro, toda una institución del teatro, ha vuelto a ser noticia con la puesta en escena, en el Teatre de Santanyí, de la obra Una hora i cinc minuts amb en Pau, de la que es autora. Este monólogo en forma de diálogo que interpreta Vivian Caboa y que hoy podrá volver a verse sobre las tablas, a partir de las 21 horas, responde a una necesidad: "Hacer llegar e interesar aquello que imagino y me conmueve, a quien desee leerme", confiesa.

Nacida en Barcelona en 1930, Maruja Alfaro Brenchat creció en una España marcada por la sangre y las carencias de la Guerra Civil. Su primer recuerdo teatral se remonta a cuando contaba nueve años, cuando "un bailarín y coreógrafo de la compañía de Celia Gámez me enseñó a bailar claqué y me montó dos bailes para lanzarme como una estrella infantil; pero a causa de la guerra no pudimos comprar zapatos, y menos las chapas que se precisan para que suene mejor el claqué. Fin de un sueño que no me causó ningun trauma. Mi madre fue tajante: primero el colegio".

Alfaro tuvo que esperar a los 17 años para iniciarse en el mundo del teatro, y lo hizo en una Palma que recuerda como "un paraíso. Podías dejar las llaves de la casa en el cerrojo tranquilamente. No existía la prisa. Y Mallorca, sin la especulación, era una isla maravillosa. Siento que mis hijos no hayan conocido su roqueta tal como yo la conocí".

Albert Boadella, Leona di Marco, Fernando Vegal o Marcos Portnoy fueron algunos de los profesores y directores que marcaron a una actriz que acumula un centenar de obras. "Soy bastante auto didáctica. Con todo he podido hacer cursillos con estupendos directores que han enriquecido muchísimo mi trabajo de actriz", reconoce.

Su larga trayectoria como intérprete le imposibilitan elegir una sola obra, aunque hay un papel al que ama por encima de los demás: "Tengo bastantes trabajos que destacaría pero hay un personaje muy importante en mi carrera que es de Mort de Dama, el papel de dona Obdúlia (repetido veinte años después). Debo decir, no obstante, que para mí no hay papel malo, ya que en todos encuentro satisfacción construyéndolos".

Cofundadora de la Agrupació Bellver, del Grup Asistència Palmesana y, junto a su marido, el productor Antoni Zanoguera, de la Companyia Zanoguera-Alfaro, Alfaro también trabajó con la Companyia Xesc Forteza, Iguana Teatre o el Teatro de Buenos Aires, una experiencia que le lleva a afirmar que en la familia del teatro mallorquín no existen fisuras. "A menudo, los actores mallorquines nos conocemos de siempre y no solemos ponernos la zancadilla unos a otros. Nos apreciamos mucho, en general. Así lo percibo yo", subraya.

Siempre enamorada y a la caza de personajes que "sean de verdad, creíbles" y como dicen los teatreros, "que tengan carne", Alfaro, como tantos otros compañeros de su generación, sufrió el rechazo de la censura. "En tiempos de Franco, la censura la sufrimos todos. Se censuraban frases enteras, en algunas obras, y según qué actitudes sobre el escenario", espeta.

Los tiempos han cambiado, aunque los nubarrones de la crisis también le producen insomnio y cierto temor: "¿Qué me ha robado la crisis? La tranquilidad. La incertidumbre de no saber qué nos deparará el futuro, sobre todo, el futuro de mis hijos".