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Con ciencia

Ciencia y religión

La ciencia y la religión comparten un mismo objetivo: el de explicar por qué el mundo es como es. Ahí se terminan las coincidencias porque la religión „centrémonos en las monoteístas„ asegura que fue creado por una entidad sobrenatural (Jehová, Dios, Alá) siendo el libro sagrado (la Biblia, los Evangelios, el Corán) la fuente del conocimiento, mientras que la ciencia se fundamenta en el trabajo experimental que deja de lado las causas últimas. Siendo tan distintas formas de pensamiento, se diría que no hay razón de que choquen entre sí, de la misma forma que la ciencia y la poesía jamás entran en conflicto. Pero es harto sabido que, en particular en el terreno de la teoría de la evolución, el fundamentalismo cristiano ha llegado hasta los tribunales en los Estados Unidos „uno de los países más religiosos del mundo„ para exigir que las universidades dediquen el mismo tiempo a la Biblia que a Darwin.

Al margen de aspectos tan importantes como herméticos en los que aún coinciden el interés científico y el religioso, con la cuestión de la mente y el libre albedrío como buen ejemplo, lo cierto es que se puede ser científico y creyente pero no a la vez. Recuerdo que en uno de los simposios a los que se me invitó a asistir en Berkeley, California, organizados por la fundación Templeton le pregunté a un genetista molecular que era judío ortodoxo cómo podía hacer compatibles ambas condiciones. Me miró como quien mira a un bicho raro y me contestó que cuando hacía ciencia se quitaba la kipá „esa especie de boina para la parte posterior de la cabeza„; eso es todo.

La revista Science se ha hecho eco de un acontecimiento en verdad excepcional: el del francés Jérôme Lejeune, descubridor del origen genético del síndrome de Down, la presencia de tres copias del cromosoma 21 en vez de las dos habituales, y presidente de la Academia Pontificia para la Vida, una organización católica que lucha contra el aborto. Lejeune tuvo que padecer serios problemas de conciencia cuando, gracias a su descubrimiento, resultó posible diagnosticar la trisomía del feto que se está gestando dando paso a la posible decisión de abortar.

De hecho, Science recuerda que cuando Lejeune recibió el premio más importante que existe en la genética, el William Allan Memorial, dedicó su discurso a sostener que las cuestiones éticas prevalecen sobre las científicas y, al terminar, le comentó a su mujer que ese discurso había acabado con sus posibilidades de lograr el premio Nobel. Pero Science da la noticia de que el Vaticano está considerando el canonizarlo.

¿Qué honor es más importante? ¿El del Nobel o el de la santidad? La pregunta, por supuesto, es improcedente. Depende de para quién y en qué contexto. Cada cual tendrá su propia idea pero a mi entender el ejemplo de Lejeune pone de manifiesto muy bien que si queremos ir avanzando en el conocimiento del mundo es preferible que tanto el kipá como sus equivalentes se guarden en el armario para lucirlos en la más absoluta de las intimidades.

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