Vital, sincera, divertida y llena de una gran humanidad, Ana María Matute desgranó en sus entrevistas con Efe su forma de concebir la vida; su apego a la infancia, esa etapa de la que nunca llegó a desprenderse, y su concepción de la literatura, "el faro salvador" de sus tormentas.

"La literatura ha sido siempre para mí un refugio total y absoluto, una panacea", le decía a Efe la dama de la literatura española en mayo de 2011, cuando participó en Nueva York en el Festival de la Palabra de Puerto Rico.

En aquella ocasión, la maga del bosque, como a ella le gustaba llamarse, hacía tan solo dos meses que había recibido en Madrid el Premio Cervantes, ese galardón que se le resistió más de la cuenta aunque hacía años que figuraba entre los favoritos a obtenerlo. Cuando lo ganó, en noviembre de 2010, se convirtió en "la mujer más feliz del mundo".

Matute decía con frecuencia que la infancia "es una etapa de la vida que marca totalmente", y en su caso estaba claro que era así. En aquellos primeros años de su vida se fue desarrollando su poderosa imaginación, gracias a los cuentos que le leían y que, a los cinco años, empezó a escribir. Esa imaginación le permitía crear historias cuando la castigaban en el cuarto oscuro de su casa: "Me lo pasaba bomba; ahí me dejaban en paz".

"Nunca me he desprendido de la infancia, y eso se paga caro. La inocencia es un lujo que uno no se puede permitir y del que te quieren despertar a bofetadas", afirmaba la escritora cuando publicó a finales de 2008 su novela "Paraíso inhabitado", en la que combinaba realidad y magia al reconstruir de forma magistral la infancia de la protagonista, que tenía mucho que ver con la suya propia.

Y una novela en la que Matute escribe: "Tal vez la infancia es más larga que la vida". Y es que la niñez, y todo lo que la rodea, suscitaba un gran interés en esta novelista: la magia que desprenden los cuentos, el poder de la imaginación, el descubrimiento del lenguaje o lo incomprensible que resulta a veces el mundo de los adultos, o de "los adúlteros", como ella los llamaba.

La infancia "es un mundo redondo, cerrado, y no es verdad que el niño sea un proyecto de hombre, sino que el hombre es lo que queda del niño", le decía a Efe en otra ocasión.

Y si de niña empezó a escribir y se refugió en la fantasía "para no morir", de adulta siguió escribiendo para vengarse "de los mayores, de esas personas que tienen la verdad cogida con las dos manos".

Le entusiasmaban los cuentos, leerlos y escribirlos, pero en sus últimos años se quejaba con frecuencia de que lo políticamente correcto estuviera presente en los relatos que se escribían.

"Lo políticamente correcto lo fastidia todo. Ahora no le puedes leer a un niño un clásico, que son fabulosos, porque hay que decirles amén a todo y al final la caperucita se hace amiga del lobo. Y esto no es así, porque en la vida te vas a encontrar lobos tremendos...", afirmaba.

Cumplidos ya los ochenta, la autora de "Olvidado Rey Gudú" conservaba, como cuando era niña, "una capacidad enorme para el sueño, para la ilusión y el juego".

"Creo que en algunas cosas me quedé en los doce años", bromeaba con su dulzura habitual esta escritora para quien la literatura no fue "un oficio, ni siquiera una vocación". Era su forma de ser y de estar en el mundo, "un camino de iniciación que no termina nunca".

Escribir era para ella "una necesidad muy importante, casi como respirar". "Sin la literatura no podría sobrevivir, sería como un vegetal".

“Desconozco el puesto que ocupo en la literatura española, pero sí sé el que tiene la literatura en mí: toda mi vida", aseguraba en otra entrevista.

En los últimos años de su vida, se le fue rompiendo poco a poco la salud pero siempre estaba llena de proyectos literarios y de rebeldía, y solo pedía "más vida" para poder llevarlos a buen puerto. Su buen humor, solía decir, le ayudó a vivir tanto.

"Si yo no hubiera tenido sentido del humor no habría llegado a esta edad con todo lo que me ha pasado en la vida; ya sé que a los demás también, pero me han pasado cosas muy graves, y podría decirse que, menos la muerte de mi hijo, que para mí sería lo peor de lo peor, todo lo demás, sí", señalaba Matute.

"El mejor regalo a los ochenta años es estar viva", indicaba esta "contadora de historias" cuando estaba a punto de cumplir esa edad y seguía creyendo en "la magia" de la literatura, en el poder de la palabra:

"La palabra es lo más bello que se ha creado", dijo Matute en 1998, cuando ingresó en la Real Academia Española con un discurso que dedicó a otra de sus "obsesiones literarias: el bosque", que para ella representaba mejor que nada "el mundo de la imaginación, de la fantasía, del ensueño".