-Solsticio se abre con una cita de Matvejevic, otra de Philip Larkin y una última de Milosz. ¿Son un resumen de lo que es este libro?

-Estas citas hablan de la vida cotidiana y la trascendencia de la vida cotidiana, que es el libro en sí. Todo está en la manera de mirar. La riqueza de la literatura autobiográfica no consiste tanto en la calidad de lo vivido como en la manera de contemplarlo. La verdad del escritor es saber mirar. La trascendencia en este libro también tiene que ver con la invención del mito. Aparentemente tienes una historia familiar de verano, pero detrás de eso, lo que le da verdadera consistencia, es que es el periodo de elaboración de todos los mitos. Desde el mito insular al mito del Mediterráneo o al mito de la literatura.

-¿Mallorca es hablar del pasado?

-Sí. Solsticio [un cuadro de Miquel Barceló ilustra la portada] entronca con una tradición particular de la isla donde yo he crecido. En esa Mallorca nunca hablamos de lo que hacemos. Nunca hablamos en presente. En cambio, sí hablamos de lo que tuvimos, de lo que llegamos a disfrutar. Hay una pulsión elegiaca que recorre nuestra cultura y manera de ser. Esa pulsión tiene que ver mucho con la mediterraneidad.

-El tiempo interno del libro es doble: el del pasado, el del niño que pasaba los veranos en Betlem, y el del presente, el de un adulto que valora y medita lo vivido.

-Solsticio es un libro del pasado escrito desde el presente, lo que permite meditar sobre los vacíos que existen entre uno y otro. Al fin y al cabo, el escritor, además de mirar, piensa. El oficio de escribir en el fondo es el oficio de pensar. Por otro lado, en la poesía, y yo empecé escribiendo poemas, los tiempos se unifican, el tiempo acaba siendo todo el tiempo, y Solsticio participa de eso.

-En un momento determinado del libro revela que Betlem es el origen de su literatura. ¿Fue ese hecho el que le motivó a escribirlo?

-Nunca escribo un libro si no siento la necesidad vital de escribirlo. Es el libro el que se impone a mí, y yo sólo me impongo al libro mientras lo escribo, nunca antes. Pienso que Solsticio nace en el momento que me hago la pregunta de cómo era, en tanto que escritor, cuando ni era escritor ni tenía conciencia que iba a serlo. Y ahí se me aparece el paisaje de Solsticio, que también uno al hecho de la desaparición de mis padres como símbolo de la desaparición de un mundo que a mí me ha dado la medida de las cosas [Llop consideraba el mundo antiguo el mundo normal]. Pienso que la familia condiciona no tanto nuestro lugar en el mundo como nuestra forma de relacionarnos con él. Y la literatura, como el arte, es una de las mejores formas de hacerlo.

-En el epílogo, menciona a tres autores, Graves, Rosselló-Pòrcel o Huguet, como una tríada influyente en la formación de su "hermenéutica insular".

-Sí. Son escritores que me hacen compañía. La literatura es también genealogía. Del mismo modo que los clásicos son nuestros antepasados, a medida que pasa el tiempo, estableces una familia a la que tú perteneces como escritor. Y los que cito en el libro son algunos de los escritores con los que comparto ciertas visiones del Mediterráneo. Por otra parte, este libro entra dentro de una tradición que sí es ajena a nosotros, en el sentido de que es un libro que está más relacionado con la manera de ver la infancia en otras literaturas que en la nuestra. Por ejemplo, es un libro que guarda cierta relación con la Trilogía de Corfú de Gerald Durrell o con Léxico familiar de Natalia Ginzburg.

-Usted identifica Betlem con un paisaje bíblico, pero también griego (el Ática) o africano.

-Como te comentaba, el libro trata del nacimiento de los mitos. En un momento dado, digo que cuando el paraíso desaparece aparece la literatura. En la literatura, como en los mitos, hay una genealogía y al principio de todo están la Biblia y La Odisea. Ambos libros representan en Solsticio la cultura, la civilización, del mismo modo que el paisaje representa el origen y también la ruptura con ese origen que sólo puede ser recuperado a través de la cultura. En el fondo, es un círculo que se cierra. Y yo tuve la suerte de que, en la época que mi padre me leía la Biblia y yo leía páginas sobre la mitología griega, vivía en un paisaje que yo identificaba con todo aquello. Luego se ha dado la casualidad de que coincidían, de que Betlem era [como] el Ática o Judea.

-Ser mediterráneo tiene un reverso trágico, asegura usted, marcado por la inexistencia de siglo XVIII en nuestra cultura. ¿Tiene cura esa circunstancia?

-La falta de siglo XVIII en España ha favorecido especialmente en el Mediterráneo la pervivencia de ciertos modos feudales como código de relación entre las personas y los grupos. Eso nos caracteriza, pero yo hubiera preferido que la concepción ilustrada del XVIII hubiera dejado más huella como hubiera preferido que la Contrarreforma no tuviera en nuestro país el peso que tuvo. De esta manera, pienso que la espiritualidad se habría vivido de forma más ajena al poder y la persona habría tenido más conciencia de ser ciudadano y poseedor de derechos y, por supuesto, responsabilidades que no la que ha tenido. Estoy convencido de que con menos Contrarreforma y con más siglo XVIII un fenómeno como el de la corrupción no se hubiera producido en nuestro país con la intensidad que se ha dado.

-¿Desde qué punto de vista le interesaba contemplar el Ejército?

-La experiencia de haber vivido en una batería de costa, que ya no existe, es una experiencia singular y distinta. De lo que hablo nada existe y ni siquiera ese Ejército existe ya; pues, de entonces a acá, ha cambiado mucho. La batería se construyó [incluso en una época en que ninguno de nosotros vivíamos] a causa de las posibles consecuencias en el Mediterráneo de la invasión de Etiopía [Abisinia] por parte de Italia, es decir, debido a una ficción, o dicho de otra manera, a otra forma de literatura. Pero, quiera o no, el hecho militar a mí me permitió en mi infancia que aquel paisaje bíblico y mitológico también tuviera que ver con la guerra, como tenía que ver con los episodios de los hermanos Macabeos o la conquista de Troya. Pero sobre todo está ahí por su singularidad. Pensé que era un libro que no podía escribirlo otro. Todos podemos escribir sobre el servicio militar, pero desde dentro, desde la vida cotidiana, somos muy pocos. Y eso también le da un encanto distinto al libro.