El Manifiesto de Barro la menciona apenas, oblicuamente tan solo. Sin embargo, la esencia de Mallorca se filtra y entrevé en todas y cada una de las piezas barcelonianas expuestas actualmente en Madrid: se adivina en el barro rojizo de Felanitx, que da esa corporeidad recia a las piezas cerámicas; también en los títulos de las obras, todos ellos desbordantes de conspicua mallorquinidad. Sin ser esta declaración de estética insular lo que articula la exposición, ni lo que victoriosamente ensalzar se pretende, resultará difícil para el visitante familiarizado con tópicos nostros zafarse de esa voz interior que no parará de relacionar lo expuesto ante sus ojos con elementos característicos de la isla.

Mallorquinidad, intencionada o no, presente en piezas cerámicas tales como Anguiles, una violenta intervención sobre lo que me pregunto si es una maceta común, producida industrialmente, atrapada por el artista mientras estaba todavía húmeda y trabajada hasta conseguir dar vida a las dos anguilas que estaban en el interior de este remolino centrífugo. Que la forma del recipiente recuerde al cubo de un pozo no parece accidental; tal vez el cubo es poco más que una quimera y lo que tenemos ante nosotros no es sino el agua en movimiento, detenida en el tiempo, congelados en su interior los peces. Son estos seres acuáticos un tema recurrente en la obra de Barceló, ya lo eran antes de su intervención cerámica en la Catedral de Palma, y lo han seguido siendo en años posteriores: Peix frit, lienzo incluido en la exposición madrileña, muestra a unos pezqueñines que no por fritos se resignan a dejar de nadar vigorosamente. Un lienzo que, en definitiva, rescata la constante paradoja dialéctica de la vida y la muerte; bailan alrededor de dicha paradoja muchas de las otras piezas presentes en cada una de las tres salas que articulan la exposición. Todas y cada una de las obras han sido llevadas a cabo con el trapío del que Barceló es maestro: el que desgarra lo que supongo ser yeso en sus lienzos, el que confiere al mismo reminiscencias vaginales y profundidad paisajística con igual maestría; el que penetra, rasga, rompe y agujerea con una convicción no apta para tripófobos.

La influencia sureña a la que Barceló sí alude directamente es la fiebre del ladrillo, negligencia colectiva que ha estado destruyendo el litoral europeo aproximadamente desde que el artista comenzó su trayectoria profesional; mermando su carácter mediterráneo hasta reducirlo a una evocación presente tan solo en la plasticidad y calidez de su obra, accesible para aquellos que crecieron en él años ha. Barceló se burla del fenómeno transgrediendo el uso del módulo constructivo, del ladrillo mismo, aplastándolo como si de frágil papel se tratara, y cociéndolo así, estrujado y deformado, para convertirlo en las rosas de un Roser, en un Gladiol, en cabezas de Cariàtides; piezas que arrancan una sonrisa a cínicos y culpables por igual.

Así pues, la obra expuesta se compone de una serie de lienzos, blancos todos ellos y cuidadosamente presentados sobre paredes pintadas de gris claro; así como una cautivadora selección de esculturas cerámicas. Barceló subraya repetidamente la equivalencia plástica que, según él y su método de trabajo, existe entre la arcilla y la pintura: "La arcilla se convierte en pintura, en lienzo y dibujo", afirma en la nota de prensa publicada por la galería Elvira González para la ocasión. Esta equiparación de los materiales y procesos permite acercarse a las obras sin los prejuicios jerárquicos a veces establecidos entre las artes cerámica y pictórica; no diríase con razón que Barceló salva dichos prejuicios: para él directamente no existen. Así queda manifestado en la galería, la cual nunca antes había albergado una exposición individual de Barceló. Las obras han sido comisariadas con evidente pericia, sacando a la luz lo mejor de cada una. Todas ellas se realizaron en su totalidad durante el año 2012, lo que hace de esta muestra, que permanecerá abierta hasta el 27 de marzo y es la primera del mallorquín en España desde hace más de una década, una joya de arte rabiosamente contemporáneo.

*Miquel Barceló

Galería elvira gonzález

Calle General Castaños, 3. Madrid.

Del 26 de enero al 27 de marzo de 2013