Viernes noche: un gran gentío en las Galerías Velázquez y un gran éxito. Se trata del final de una función de teatro. Afuera del centro comercial, nada. Acaso el silencio acartonado de una parte de la ciudad que bulle por las mañanas. Pero esta noche la situación es diferente: estos pasillos salpicados de tiendas congeladas en el tiempo que echaron la persiana hace años reclaman la atención popular de que gozaron antaño. Hace cinco días aquellos mismos pasadizos estaban desiertos. En el olvido. El Microteatre, en su labor de recuperación de la memoria histórica con los espacios escogidos, les ha traído la actividad. La vida. Y la reflexión: esta estupenda iniciativa teatral, que ya pasó por la antigua prisión y el Castell de Sant Carles, intenta explicar a través de seis minipiezas dramáticas por qué la economía y la sociedad están como están, y en parte por qué esas mismas galerías comerciales tan exitosas en los setenta han perdido musculatura. Pues bien, ya tenemos los temas de esta tercera edición (que continúa esta tarde y la semana que viene): el consumismo en primer lugar, algo tan ingobernable como la globalización o las tácticas torticeras de la gran economía de mercado, que de un hachazo dejan en un yermo lo que ayer era la última moda. En las piezas todas estas cuestiones se explican yendo de lo particular a lo general, buscando la identificación e interacción con el minipúblico (una docena de personas en cada pase). Sin embargo, el reto es difícil: se trata de hablar de estas cosas sin ser tópico y sin hacer concesiones serviles al dramón. Vistas casi todas las obras, debo afirmar que los textos pasan de sobra esta prueba.

En general, en este Microteatre abunda un tipo de comedia que hace equilibrios entre las audacias hilarantes que hacen referencia a la actualidad (collejas para Telecinco, el PP y sus recortes, la crisis del euro, Paris Hilton, las hipotecas basura, los dispositivos táctiles y los gintónics) y las duras biografías de algunos personajes. Se agradece también que en ningún momento los dramaturgos se hayan puesto en plan filósofo: no hay peroratas ensayísticas sobre los males del capitalismo y esta crisis, pero se percibe mucho malestar social en los diálogos. La superficialidad tiene también su buen momento de sarcasmo de este diálogo:

-¿Mabel Hilton?

-Sí. Es la que está de moda. Ayer la vi en un anuncio de colonias para mamás solteras. Y su anuncio para la conselleria de Hacienda donde hacía de ministra lo borda.

Por todo ello, podemos afirmar que el envoltorio de este Microteatre es la comedia y su gran arma, la risa, fruto de otra seria reflexión en una barbería: "Antes no era todo tan grave y nos reíamos aunque las cosas no hicieran gracia. No se tenía como señal de demencia sino por fortaleza espiritual o como señal de buena educación". O como analgésico, añado yo.

Como en las críticas hay que mojarse, de las cuatro piezas que vi las que más me gustaron fueron Merceria y Producte. La primera, de Pep Ramon Cerdà, me parece la mejor escrita: el final está bien cerrado e incorpora la subtrama que cose toda la historia. Integra muy bien los espacios (la escalera, el baño, el sótano) y sabe crear intriga en el espectador. Impecables los actores. Muy a tener en cuenta la arriesgada Una retallada. Una suerte de monólogo-preludio sobre las desgracias humanas y el arte de indignarse (del espíritu 15-M), que termina con la fuerza de una ópera. Una metáfora universal sobre el ser humano, que a veces ríe frente a la desgracia. O se calla. O explota.