El diestro Antonio Chenel "Antoñete", que falleció hoy en Madrid, ha sido figura del toreo más que nada por la singularidad de su estilo, reposado y clásico, y por su depurada técnica, cuya proyección alcanzó el cenit sorprendentemente cuando menos le acompañaban las facultades físicas.

Torero de exquisita clase, pero sobre todo de una extraordinaria técnica. Un virtuoso de la técnica torera, ya que solamente con el conocimiento que él tenía de los terrenos y las distancias, y de los propios astados, se podía triunfar a su edad, con más de cincuenta años, y nada menos que en Madrid, en cuya plaza se ha lidiado siempre el toro con más cuajo y seriedad. Fue así como "Antoñete" acertó a sacar el máximo provecho de los toros con el mínimo esfuerzo.

Tenía 49 años cuando, después de muchos devaneos en la profesión sin haber logrado un sitio prominente hasta el punto de haber estado incluso retirado por un tiempo, el 7 de junio de 1985, en Las Ventas, cuajó el toro "Cantinero" de Garzón, con el que iba a iniciar un despegue que ya iba a ser definitivo para alcanzar el estrellato.

Esta faena, memorable por su técnica y pureza, está considerada incluso superior a la que había llevado a cabo 19 años antes al toro ensabanado de Osborne, el famoso "toro blanco de Osborne".

Huesos frágiles y escasa capacidad pulmonar fueron los hándicap que más influyeron en su delicada salud. Sin embargo, no hubo situación en el ruedo imposible para él, venciendo todas las dificultades con sorprendente capacidad para pensar y resolver en el mínimo tiempo en la cara del toro.

Valor sereno se llama eso, el mejor aderezo para combinar la estética de Juan Belmonte y la técnica de "Manolete", nada menos.