A Farruquito (Sevilla, 1982) le gusta bailar desnudo de escenario y arropado por los suyos. Es muy puro. Tradicional. Si ya estuvo en Mallorca el año pasado presentando Esencial, el bailaor repite espectáculo mañana a las 22 horas en Trui Teatre. Sin ganas de hablar de aquello –atropelló a un hombre en un paso de peatones y huyó–, está en un momento de borrón y cuenta nueva, aunque su lucha por un flamenco que arranque olés en el público sigue siendo la misma. Juan Manuel Fernández Montoya, niño prodigio del baile –dicen–, no es un esteta de taconeo postizo, él quiere contar cosas. Ahora mismo sólo piensa en lo nuevo que estrenará en septiembre en Madrid: una revisión de los seis bailes más aplaudidos de su carrera, que arrancó por tarantas en Broadway de la mano del gran Farruco, su maestro y también abuelo. Piensa en eso, asegura, y también en cómo ponerse las botas de tacos. La entrevista –un poco a trompicones– la responde a las puertas del vestuario del campo de fútbol de La Victoria (S´Indioteria).

—¿Hace pretemporada como los futbolistas?

—(Risas) Pues claro que sí. Siempre estoy entrenando.

—Dicen que usted es el mejor representante de la ortodoxia flamenca. ¿Qué es la vieja escuela?

—Ésa es una responsabilidad muy grande que me están dando. Yo también lo he leído por ahí. Mira, prefiero seguir aprendiendo y no escuchar esas cosas. Yo lo que hago es defender la escuela de Farruco [su abuelo].

—¿Su abuelo ha sido su única escuela? ¿No tiene otros estudios formales de danza?

—Lo de la formación que tú dices es para los bailarines, no para los bailaores. He estudiado en la mejor academia del mundo, que es la escuela de mi abuelo. Te aseguro que la mejor escuela reside en el maestro, no en cuatro paredes.

—¿Pero le interesa trabajar con otros maestros?

—Claro que me interesa. He bailado por ejemplo con Savion Glover, uno de los mejores bailarines de tap [claqué] del mundo.

—¿Cómo saca esa expresividad a un cuerpo tan pequeño?

—Cuando bailo no pienso en eso. Si causa esa impresión en el resto de personas, pues fantástico.

—¿Le molesta que hoy día casi no se distinga el baile flamenco masculino del femenino?

—No me molesta. Pero creo que cada uno debería estar en su palo y en su estilo. En el flamenco lo que estoy viendo en general es que muchísima gente se obsesiona con la preparación y se olvida de la afición. La afición es tener un amor verdadero por la profesión que va más allá de la imagen que quieres dar. En mi caso admiro más a un artista que quiere contar algo que no al que quiere exhibirse.

—¿Cuánta distancia hay entre su baile y el de Israel Galván?

—Podríamos decir que Israel es el polo norte y yo soy el polo sur. Muy diferentes.

—¿Deja espacio para la improvisación cuando actúa?

—Siempre. El 90% de mis espectáculos es improvisación. Si ves el mismo dos veces distintas, no te parecerá el mismo.

—Está dando clases. ¿Qué es lo primero que les dice a sus alumnos y que nunca deben olvidar?

—Les digo que practiquen todos los días, que el baile es muy difícil. Y que antes que bailaores deben ser aficionados al flamenco.

—¿Los gitanos son de derechas o de izquierdas?

—Los gitanos somos gitanos. Tenemos nuestra propia política. Esto es: si en vez de haber muchos partidos enfrentados todos ellos se unieran, seguro que el gobierno iría mucho mejor.

—¿Cómo ha diseñado su próximo espectáculo?

—El nuevo, Baile flamenco, lo he diseñado un poco a petición del público. He cogido el número que más le gustaba a la gente de los seis espectáculos que he hecho hasta el momento. Es una especie de recopilatorio. Lo estrenamos el 14 de septiembre en el Teatro Gran Vía [Madrid].