El día que lo liberaron, Jovellanos volvió a la Cartoixa para pasar la Semana Santa con los monjes. De Valldemossa, se desplazó a Deià, pasó por Sóller, Alfàbia y Raixa. En Sóller, desde donde partió hacia la península cuando abandonó definitivamente Mallorca, se alojó en casa de Tomás de Verí. El ilustrado siempre aprovechó durante sus visitas la infraestructura que le proporcionaron sus amigos los aristócratas.

Otro de los itinerarios que realizó el político, que siempre iba acompañado por militares, fue el que podría denominarse como ruta romana. Jovellanos era un gran aficionado a la arqueología clásica y desde el primer momento tuvo claro que había que visitar Pollentia y Bóquer. Por ello se desplazó a Pollença (durmió en Can Brull, que ya no existe) y a Alcúdia, donde de momento sólo podía contemplarse un teatro romano. Atravesó s´Albufera y durmió en Roqueta, propiedad de los Desbrull. Luego estuvo en Sineu y Alaró. En este pueblo el marqués de la Romana le dejó Son Forteza.

La última ruta que tomó el ilustrado fue la luliana. Empezó en Llucmajor (durmió en Galdent, de los Salas), continuó por Algaida, siguió por Campos (en este punto se pierden algunos folios del diario del ilustrado) y alcanzó el Puig de Randa, donde el filósofo mallorquín estuvo recluido.

A pesar de tener prohibida la entrada a Palma (de murallas hacia dentro), Jovellanos inspeccionaba la Seu con unos prismáticos desde Bellver. Y fue capaz de escribir sobre arquitectura mallorquina y otros monumentos como Sa Llonja. Incansable, le pedía a su secretario y a amigos que le pasasen notas sobre lo que veían.