"Pequeño, ecológico y bello". Tres adjetivos que resumen la filosofía del movimiento internacional que también desde Balears trabaja para evitar la desaparición de las tradiciones gastronómicas locales, y que sirven igualmente para referirse a Manu Chao, el cantautor que en la madrugada del jueves brindó su música al centenar de payeses, ganaderos, pescadores, panaderos y cocineros asistentes a la cena-fiesta que por tercer año consecutivo celebró la Xarxa de Comunitats de l´Aliment de Slow Food Illes Balears en Mancor.

Una década después, el músico francés de familia vasca y gallega volvió a empuñar una guitarra en tierras mallorquinas. Si en 2001 cantó para olvidar un día de sangre y pánico, el del 11-S, en esta ocasión lo hizo para abrazar a la tierra y el mar, "de las que tenemos tanto que aprender", recordó el anfitrión, el diseñador de zapatos y activista medioambiental Guillem Ferrer. La actuación de Manu Chao puso la guinda a la fiesta, un recital íntimo y sincero, bailado y sentido, que se prolongó hasta bien entrada la madrugada y que sació a todos, incluso a sus seguidores más exigentes.

La velada se desarrolló en Sa Pedrissa, en lo alto de Mancor, un acto de celebración "con todos los que aman la tierra" que arrancó con un breve discurso de Ferrer, quien apostó por el "conocimiento, sabiduría y sabor" que atesoran los productores y consumidores de Slow Food, cuya receta se nutre de la biodiversidad agroalimentaria, rechazando la macdonalización de las comidas. También hubo palabras, todas positivas, para Terra Madre, foro de debate que conecta a campesinos y cocineros de 150 países cada dos años en Turín y de la que forma parte la Xarxa de Comunitats de l´Aliment.

Convencidos de que "comer es un acto agrícola" –palabra del poeta campesino Wendell Berry–, quienes abogan por una nueva gastronomía se entregaron al mantel. Se degustaron productos de todo tipo, desde quesos y llampuga, hasta sobrasada, miel y mermelada, todo procedente del huerto, un espacio que los Slow Food conciben como un taller.

Y para digerir lo consumido, música. Primero de xeremia, la que hizo sonar el médico Carles Amengual; luego, de denuncia, la del escritor y rockero Carlos Garrido; y finalmente, de esperanza, amor, guetos e inmigración, la de Manu Chao, el hijo del periodista, el incansable viajero, bandera de los silenciados. "Legalize Arizona", podía leerse en su camiseta, roja, como el mensaje de sus canciones, recibidas con aplausos y degustadas con bailes por los privilegiados espectadores, que casi podían tocar y hablar con una estrella del mestizaje que llena estadios en todo el mundo. En castellano, gallego y portugués, el políglota Chao conquistó el salón de Sa Pedrissa con su guitarra española amplificada. Su popurrí, de más de tres horas, alcanzó el cénit con el ritmo terminal del Vacaloca, la versión del Volando voy, Mi vida y El himno del nordeste, un tema que los campesinos de Brasil entonan cuando, a causa de las sequías, se ven obligados a emigrar.