Se fue una de las voces poéticas más consistentes de Mallorca. El escritor Miguel Ángel Velasco (Palma, 1963) falleció ayer súbitamente a los 47 años en su domicilio del barrio de Son Sardina, donde residía con su madre.

Con nueve poemarios a las espaldas, su nombre hay que relacionarlo con los dos premios de poesía más prestigiosos del país, el Nacional aparte, del que quedó finalista en 2000. A los 18 consiguió el Adonais con Las berlinas del sueño, una obra que sigue la estela de los novísimos: versolibrismo, culturalismo e influencia de las vanguardias. Mientras que en 2003 dio a la imprenta La miel salvaje, que le valió el Loewe y la consagración en la literatura española contemporánea como uno de los poetas fundamentales de su generación, la misma de Vicente Gallego o Carlos Marzal.

Poco amigo de los cenáculos de escritores, participó en algunas lecturas poéticas de la isla, como el ciclo Poesia de Paper, que organizaba la Universitat de les Illes Balears y el Centre de Cultura Sa Nostra, o en El último jueves coordinado por Antonio Rigo y que antes se celebraba en Literanta. Asimismo colaboró en la revista Archipiélago. Cuadernos de Crítica de la Cultura. Y preparaba una tesis para su doctorado en Filosofía, Muerte, duelo y supervivencia en la obra de Elías Canetti.

El literato, cuyo nombre completo era Miguel Ángel Pons Pereda-Velasco, vivía la literatura como un sacerdocio, siempre alejado de los aparadores literarios más convencionales de Ciutat. Tal y como explicó en una entrevista a DIARIO de MALLORCA, tomó conciencia de que su vida iba a ser la escritura cuando escuchó la poesía en boca de su padre, quien le inspiró el título La vida desatada, poemario que se inscribe en una vertiente más reflexiva que explora en la conciencia del yo-poético y en la realidad que le circunda, etapa que inauguró con El sermón del fresno (1995).

Su último texto, Ánima de cañón, lo publicó hace pocos meses Renacimiento. En sus páginas el poeta se cuestiona en unos versos premonitorios: "¿Qué será cuando el día se congele con la detonación de nuestra carga en el hueco del tiempo?"

Cosmología y metafísica –él mismo se etiquetaba como "metafísico"– se encuentran aunadas en la última poesía del mallorquín, una pluma que acertó al escoger a sus maestros, entre ellos a Agustín García Calvo, de quien aprendió a mirar el mundo, pero con unos ojos nuevos, los propios, que ya no volverán a abrirse.