Juan Sureda Bimet, esposo de la pintora Pilar Montaner y patriarca Jacobo –amigo de Borges–, Pazzis, la pintora y Pedro, el más longevo, además de ocho vástagos más, ocupa la crónica "con guiño costumbrista" de Felio J. Bauzá, La vida soñada. El legado intelectual de Juan Sureda.

"He querido investigarlo porque siendo un personaje fascinante y clave para entender al resto de la familia, ha sido poco estudiado", asegura este abogado de Valldemossa que en sus ratos libres, rastrea en la memoria. "Si no recordamos, se perderán muchas cosas". Bauzá también pinta. De hecho, hoy, además de presentar el volumen, editado por Olañeta, mostrará sus óleos en la Cartoixa.

Su olfato de sabueso –unos años atrás ya indagó sobre el Hotel del Artista–, le condujo a la biblioteca March donde "haciendo hemeroteca" ha reunido una serie de anécdotas sobre un linaje que habla de la historia de Mallorca.

"Se conoce la obra de su mujer, la pintora Pilar Montaner, pero se ha dicho poco que el impulso, el estímulo que le dio Juan Sureda, fueron fundamentales. Él fue el que la empujó a ir a Madrid a estudiar con Sorolla, y para ello, no dudó en pagar al pintor Antonio Gelabert para que le acompañara", apunta Bauzá. Su libro aporta las cartas que Montaner envió a su esposo desde Madrid.

Un dato ´a cuatro patas´ tiene su miga para incidir en la importancia del patriarca Sureda: "Él sabía lo importante que era una burra argelina para portar los bártulos de pintura. Por eso no dudó en comprar una".

Primogénito de una rica familia, heredó, entre otras posesiones, el Palacio del Rey Sancho, el lugar donde gracias a su generosidad se hospedarían Ruben Darío, Santiago Russinyol, y que acabó perdiendo "porque no era un hombre práctico ni pegado a la realidad".

Otra anécdota recoge la compra del hábito en el Grand Chartres de Chamonix que ha pasado a la posteridad porque en una noche de alcohol, Rubén Darío se inmortalizó vestido de monje. El mismo sayo acabaría siendo la mortaja de Juan Sureda Bimet.

Apodado entre los de Palma como "un jesuítico laico", Sureda tuvo una vena romántica. "Él fundó la Cofradía de la Belleza. El pintor Sargent también perteneció a ella. Se iban a ver puestas de sol y luego recitaban poesía. Si el crepúsculo no era lucido, reñían al sol".

Otra de sus características fue la de ser persona generosa y, desde luego, despistado. Así lo cuenta Felio Bauzá: "Era habitual que en la mesa, además de los padres y los seis hijos (tuvieron once pero 5 perecieron de tuberculosis) hubiera invitados. Un día, una pareja de turistas vió la puerta del palacio abierta y entró. Como nadie les decía nada, e incluso creyéndoles invitados de los señores, los sirvientes les condujeron a la mesa donde se iba a servir la comida. Sentados en la mesa, Pilar Montaner los mira y le pregunta a su marido, ¿quiénes son? Él le respondió, ¡ni idea!".

Juan Sureda Bimet fue un gran lector de clásicos. Su sordera le recluía en su mundo pero no le agrió el carácter. Con la sucesiva pérdida de las haciendas y, sobre todo, la muerte de cinco de sus hijos, "siempre mantuvo una actitud muy digna", opina este cronista.

El retrato de La vida soñada.... aporta detalles "poco conocidos" de sus amigos, de su vida que este letrado ha ido encontrando entre las líneas de periódicos viejos. "En Valldemossa el reclamo es Chopin y George Sand, y ya nadie recuerda a este humanista que fue Juan Sureda Bimet", resalta. El libro está acompañado de un prólogo de Bruno Morey. "Hay épocas que se van. ¿Quién se acuerda que Unamuno estuvo haciendo pajaritas de papel para los nietos de Sureda Bimet en la explanada de la Cartoixa o que ahí mismo se celebraban corridas de toros?"

Ahora Felio Bauzá investiga sobre la vida eremítica en Mallorca.