Miquel Àngel Riera era un cavilador introspectivo y proustiano de las letras catalanas, un escritor que, pese a vestir de gestor administrativo durante el día, bien podría responder a aquello de "pues yo me dedico a coger frases y darles la vuelta". Tras la publicación en 2004 de su poesía completa en Edicions del Salobre, faltaba completar un mercado huérfano de la prosa rieriana. Toni Xumet acaba de cerrar este círculo con la publicación de la obra narrativa en un solo volumen del escritor manacorí.

1.500 páginas de papel biblia que recogen seis novelas y dos libros de relatos son el resultado de un trabajo de recopilación llevado a cabo por Xumet y el profesor de la Universitat de les Illes Balears Pere Rosselló Bover, quien ha prologado el tomo y corregido los textos, siempre provenientes de las últimas ediciones revisadas en vida por el propio Riera.

Rosselló Bover señala que el literato era esencialmente poeta y que, por ello, su obra en prosa no puede desvincularse de sus versos, sobre todo temáticamente, "pues hay poemas que son claramente argumentos que luego se encuentran en sus novelas y relatos". Un caso paradigmático sería el de la novela L´endemà de mai (1978), en la que los fascistas torturan a un hombre que leía. Esta historia aparece en un poema que Riera dedicó a Rafael Alberti. Vuelve a suceder lo mismo en Els déus inaccessibles (1987), novela que entronca directamente con sus teorías sobre la belleza contenidas en los libros de poesía La Bellesa de l´home o Llibre de Benaventurances.

Pese a ser medularmente un vate, Riera se puso con la narrativa con 40 años en canal, aunque ya era un escritor que perfectamente sabía lo que hacía. De las novelas que escribió el de Manacor, Rosselló Bover diferencia dos bloques distintos. Por un lado, estarían los cuatro primeros libros, que forman una unidad. El primo del narrador protagonista de Morir quan cal (1974) es Andreu Milà, de su primera novela Fuita i martiri de Sant Andreu Milà (1973). L´endemà de mai (1978) arranca con las postrimerías de Morir quan cal (1974). Panorama amb dona (1983), la cuarta, es una historia paralela a L´endemà de mai. Estos cuatro textos conforman una suerte de tetralogía que versa sobre la Guerra Civil en un pueblo que sin duda es Manacor, "pese a que él siempre evitara dar el nombre de Manacor en sus libros", matiza Rosselló Bover. En Els déus inaccesibles (1987) y Illa Flaubert (1990), la temática es universal, más abstracta y de raíz existencialista. La preocupación obsesiva por el paso del tiempo, la vejez y la muerte, así como la reflexión sobre el concepto de belleza adoban estas páginas. Es en estos libros donde se percibe la concepción clara que tenía Riera de la novela, como una investigación para llegar al fondo del alma humana. Y pone a los personajes en situaciones límite, que son aquellas en las que el ser humano muestra más su verdad interior. No en vano Marcel Proust era quien decía que "la realidad verdadera es interior". Precisamente, es el autor de En busca del tiempo perdido quien se erige como el ideal de lengua y novelización para Riera. Como el francés, el escritor mallorquín practica las frases muy largas, con numerosos incisos y subordinadas, siempre para afinar y sobredimensionar los detalles. La búsqueda constante por el estilo sólido y su honda preocupación ética dan como resultado novelas densas que aspiran a la perpetuidad de su lectura, alejada de modas. "Riera quería que su obra fuese perdurable", sentencia el profesor de la UIB. Ya se sabe que los escritores siempre han tenido el amable vicio de la posteridad.

Además de la novelística, Rosselló Bover destaca la importancia de recuperar también los cuentos del escritor, pues en ellos uno detecta un eureka sorprendente en Riera. "En los relatos hay un sentido del humor que en las novelas no está. Éstas son más trágicas". En este apartado, se recoge un texto prácticamente inédito del escritor, aparecido en la revista falangista Arriba y titulado El espantapájaros, con el que ganó el premio al concurso convocado por esta publicación en el marco de las fiestas de Sant Jaume de su pueblo.

Miquel Àngel Riera sólo necesitaba la soledad irremediable y un cuartito en Miamar, en Porto Cristo. Allí galopaba su máquina de escribir, ese caballo de hierro apoyado en un escritorio, y un balancín en el que mecer esos textos atrapados en la telaraña emocional del hombre, de un hombre que "fue premiado en vida, pero cuyos reconocimientos no se corresponden con la circulación y difusión de sus obras". El tomo de El Salobre tratará de enmendar esa carencia tan poco recomendable en unos tiempos de homogeneización editorial.