En Literanta, todo el mundo sostiene en la mano un "transgénico zumo de lluvia en lágrimas", un tinto sobre blanco o simplemente un hatillo de novedades en su regazo. La espera nunca es larga si el chico es bueno. Mientras, afuera, Agustín Fernández Mallo atiende a la televisión, junto a un aparador hermético que conserva en un lugar fresco y seco un bote de crema de cacao y avellanas y varios ejemplares de su última entrega del Proyecto Nocilla.

Una periodista irrumpe en la escena: "Agustín, ya eres famoso". Él sonríe y discrepa: "La fama se da sólo cuando las gruppies te van a buscar al aeropuerto".

Tras las puertas batientes de cristal, muchos lectores empedernidos y otros de rictus fisgón se agolpan en la barra y al fondo de la librería para aclararse del todo sobre quién es ese tipo que escribe poesía postpoética y hace metafísica del píxel.

En la presentación, un parchís en la mesa y dos amigos de letras, José Vidal Valicourt y Miquel Dalmau, articulistas también de este diario. Las buenas noches se dan con un "Bienvenidos al Territorio Nocilla" y con el recuerdo de fondo de la muerte del padre de la teoría del caos: Edward Lorenz. Arranca Vidal Valicourt con intención de estampillar analogías: "Agustín, en su condición de físico y escritor, maneja la estética del caos, del error y del azar. Propone que nos perdamos para después obtener hallazgos". Con el parchís, que sobrevuela las páginas del libro del gallego, como anfitrión de mesa, Vidal rememoró las tardes tediosas de estío, en las que jugaba con su hermano al ajedrez, y su abuela les proponía cambiar al tablero de colorines, "porque es más divertido, nos decía". El espíritu de los cubiletes se coló en la tertulia y los tres protagonistas estuvieron de acuerdo con Michi Panero, cuando dice en plan epitafio: "En esta vida se puede ser de todo menos coñazo". La actitud colectiva revelaba cierta querencia por apartar de sí el cáliz de los largos parlamentos teóricos y fatigados y las presentaciones incrustadas de casposidades. El humor, a pesar del desolado fatalismo de las vidas de los personajes de Fernández Mallo, fue el bicarbonato perfecto para cualquier idea con atisbos de indigestión.

El olor a tinta fresca, aroma eucarístico del papel, daba paso a Miquel Dalmau. En una cena, le hablaron de Nocilla Dream (la primeriza de la trilogía), y le contaron que el escritor era un radiólogo que trabajaba en Son Dureta. "Inmediatamente pensé que a lo mejor se trataba del tipo que el otro día me había hecho una radio de próstata", bromeó, "luego me quedé más tranquilo cuando me dijeron que trabajaba en el departamento de física nuclear". A Dalmau le iba fascinando el personaje de Fernández Mallo: "Me lo imaginaba como el guardián de todo aquel imperio radioactivo. Y que cuando terminaba de trabajar, sacaba a pasear todos esos isótopos, los oxigenaba, para volverlos a reunir de nuevo en aquel redil". El colaborador de este periódico proseguía explicando que admiraba la gran capacidad que había tenido el literato de hacer de la necesidad una virtud, de saber hallar su camino con la escritura. "Me interesa su mirada, el modo de representar el mundo poliédrico. Coge los cuentos y los dinamita como asteroides que hubieran sido alcanzados por un proyectil de la NASA. Luego, la materia pulula por el espacio. Es como una litotricia, la técnica que usan los médicos para eliminar los cálculos renales". Mallo le encandiló con una intertextualidad: "Me sedujo mucho ver que hablaba de El último hombre vivo, protagonizada por el fallecido Charlon Heston. Es la primera vez que leo una mención de esta película en un libro. Además, entronca con la novela: hay un fresco de personajes enfrentados a un cosmos que no entienden".

Un minisilencio bruñe en la sala: lo que se tarda en pasarle el micro al gallego. Lacónico, dice: "Hola, ¿qué hay?". Luego, reconoce: "Estoy cortado". Se le escapa lo que le sucede a un personaje de Nocilla Lab (la última entrega de su proyecto) y se disculpa espontáneo. Teoriza sobre su poética: "Escribo de modo automático, sin saber muy bien adónde voy. Escribo las novelas como los poemas. Llega un punto en que no distingo bien si estoy con narrativa o versos". Defiende que escribe ante estímulos casuales: "Tengo un libro delante o una revista o voy por la calle y, de repente, lo veo. El otro día hice un poema de una frase muy bonita que dijo una poli de C. S. I.". El físico-literato expone que ha creado su propia técnica de escritura y que, por ello, lo tiene muy claro: "Es mi proyecto y, si se va a la mierda, me voy yo con él". Lo de generación nocilla no casa con Fernández Mallo -"eso son etiquetas periodísticas"-, aunque sí reconoció la existencia de un grupo de narradores nuevos, para los que hay un mercado. El hombre fragmentario de la noche entiende la literatura de modo transversal: "En el fondo, soy un intelectual que en el pop ha encontrado una salida a la alta cultura, que a veces se me hacía muy cargante y latosa". El chico de las gafas y de las chapas en la chaqueta: un humanista tecnológico que rompe la dialéctica entre apocalípticos e integrados.