Poesía

Por muy ‘andoba’ que seas…

Nos sitúa Nacho Escuín (Teruel, 1981) en una tesitura de incómoda frecuencia: la posición que ocupamos o nos hacen ocupar en esta vida, en este devenir existencial del que formamos parte, que en ocasiones nos desplaza y engulle y del que difícilmente podemos desasirnos. De una parte, el poeta se posiciona en la escena, alista a los vocablos en trece poemas; y, de otra, retrata en detalle ese desgarro (“Portfolio I”). Aun con todo, La mala raza (editorial Bala Perdida) es un compendio de versos de superación y fielmente comprometidos con la condición humana, una sociedad a la que el autor empodera, así como con un hilo abierto a la esperanza. Un título que responde al apelativo turolense que se refiere a aquellos que, aun siendo pequeños, inquietos y poco agraciados, son sumamente resistentes a todo.

Poeta, editor y profesor, Escuín se aleja en este poemario de la estructura libre y se aproxima al verso corto y conciso, con un estilo que podría evocar el de Margarit o Wolfe (a este último rinde homenaje). “Solos al fin./ Una cerveza,/ el poema/ y yo./ A ver quién acaba con quién”, dice el poeta, que resiste a los envites provocados por esa “palabra que nos desarma”. Así, “la ciudad” -acaso el cuerpo para el poeta- se encuentra “limitada al norte/ con la soberbia/ y al sur/ con la desolación”. El poeta, o a quien en este momento otorga personalidad, es juzgado a primera vista, lamentablemente “sin la mínima/ posibilidad/ de equivocarte/ o de acertar”. Dice vivir en agua estancada, de la que quiso huir pero nunca lo hizo, en una especie de toque de queda donde por fin, de una habitación, sale una madre esperanzadora.

Nacho Escuín habla de la vulnerabilidad de estar expuestos a los demás, de vivir en sociedad y de la rutina introspectiva de quien lo pasa mal en la oscuridad, con crítica implícita: “No entiendo qué es/ lo que te sorprende,/ si fueran disparos/ hace años/ que estarías muerto”. Es el marco del ahogado, el ahora presentado, el de quien “busca abatido / entre la multitud / sosiego”. Por eso anhela la idea de la isla desierta, para evitar que otros te echen del mundo cuando de forma unidireccional se ha decidido que ya no formes parte de él. Pese a ello, a lo lejos oímos “gritos de jóvenes libertarios retrocediendo décadas entre disparos de la policía”. Más de cerca, los podemos incluso escuchar, en boca de David Castillo, el artífice de estos versos.

Con todo, la concisa poesía del turolense nos emplaza a valorar cuán importante es cuidar lo que inherente a cada uno y cuidar a sus seres queridos, por muy andoba que uno llegue a ser en vida. Como el abuelo Félix, quien a pesar de “haber equivocado consejos”, resulta ser “un desastre bondadoso” y “un bárbaro sentimental”, cuando de fondo nos acompaña el Tierno bárbaro de Bohumil Hrabal. 

La mala raza es el salvoconducto expedido para morder la vida por más “caras rotas en mil pedazos” que encontremos en este camino de exposición y cesión de intimidad al que nos vemos sometidos a diario. Y es el llamamiento al buen hacer, porque ¡”solo puede caminar por tierra firme /aquel que nunca/ ha pisado a nadie”!.

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