Robert Sarver ofende a la NBA, que se moviliza a través de su comisionado para «pedir disculpas a todos los afectados por la mala conducta descrita en el informe» contra el propietario de los Phoenix Suns. Al mismo tiempo, el Consell feminista de Mallorca admira a Sarver, que reconoce las actitudes racistas y sexistas que le atribuyen tras ser atestiguadas «por más de cien personas».

El entusiasmo no se detiene en un refrendo sentimental. La NBA multa a Sarver con diez millones de euros, por «el impacto corrosivo e hiriente del lenguaje y el comportamiento racialmente insensible y degradante», que traicionan los «valores de igualdad, respeto e inclusión» que representa el baloncesto profesional. Al mismo tiempo, el Consell está obsesionado con pagarle dos millones de euros a Sarver, para premiar los «valores deportivos» que incumple el agraciado.

La broma ha llegado demasiado lejos. Tal vez la descalificación de la mayor organización deportiva del planeta no sea suficiente para desposeer a Sarver del Real Mallorca, entre otras cosas porque nadie recogerá a un club ruinoso. Pero tampoco parece la persona óptima para adjudicarle un patrocinio millonario por sus «valores deportivos».

La lógica patrocinadora del Consell le llevaría a subvencionar a Jack el Destripador por promocionar los «valores quirúrgicos». Y la institución insular estaba más que avisada de una condena de la NBA, garantizada desde que Sarver se jubiló eufemísticamente de sus cargos bancarios. O evidente sin más que contemplar el vídeo de un eulogio fúnebre del propietario del Mallorca, que degenera en una apoteosis sexual. En cuanto a la actitud condescendiente del club, sus propietarios pueden largarse cuando quieran de la isla, pero no deciden los términos de su relación con una sociedad que no siempre se rige por la actitud sumisa del Consell.