Era pronto. Alrededor de las nueve de la mañana. Entré en mi cafetería habitual, periódicos bajo el brazo y con la intención de repasar las previas del partido en diferentes diarios.
En una mesa a cierta distancia había dos personas con la camiseta del Granada y hacían lo mismo, es decir, tomarse un café y repasar la actualidad deportiva de los periódicos, con sus desayunos sobre la mesa.
Faltaban aún cinco horas para que empezara el partido y ese ritual del café con la prensa también es fútbol, forma parte de la liturgia de los días llamados grandes o importantes con tu equipo en el cartel.
No sé si son residentes en Palma o seguidores llegados desde la ciudad de La Alhambra, pero ahí estaban para apoyar a su equipo.
No les dije nada. No hablamos. No procede. La tensión va por dentro y las ilusiones también. Y no sabían lo que les esperaba. No tenían ni idea.
En un día clave en la lucha por la permanencia, su equipo, el Granada, le asestaba un golpe mortal al Mallorca. 2 a 6 fue el resultado, una goleada en el marcador y en el estado anímico de un Mallorca roto, ridículo y lamentable en un día importante. No sé si siguen por aquí o si se han ido, pero sí sé que su estado de ánimo ya ha superado con creces los temores que pudieran tener a la hora de aquel café.