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PRIMERA DIVISIÓN

Luis García: Entrenador en el campo, portavoz fuera de él

El preparador del Real Mallorca ha vivido las dos caras de la moneda durante su etapa en la isla: Admirado y respetado en Segunda División, cuestionado y apartado en la máxima categoría

Luis García Plaza se despide orgulloso del que ha sido su club durante la última temporada y media. RCDM

«No sabéis lo feliz que soy entrenando al Mallorca». Luis García (Madrid, 1972) no se cansaba de repetir esa frase. La decía en muchas ruedas de prensa, tan siquiera sin venir a cuento, y cuando la pronunciaba, lo decía en serio. Con orgullo, sobre todo muy orgulloso de defender un escudo como el del conjunto bermellón. Pues bien, tras un año, siete meses y 16 días al frente del Real Mallorca, el preparador madrileño dice adiós a su idilio con la isla, con el club y con los aficionados.

Una sola jornada le ha bastado a la propiedad americana y a Pablo Ortells para acabar con su puesto y rescindir su contrato. Una sola jornada en la zona de descenso que, eso sí, se ve sustentada por una dinámica muy negativa, demasiado: 0 puntos de los últimos 18 y dos únicos triunfos en las doce últimos partidos. El problema de la marcha de Luis es que, con su adiós, no se va solo un entrenador. Con García Plaza se marcha el portavoz del club, el defensor de sus intereses y, prácticamente, su presidente.   

Luis García aterrizó en la isla el 6 de agosto de 2020 con la difícil misión de hacer olvidar la huella que había dejado su antecesor y con el exigente reto de retornar al equipo a la máxima categoría. En un abrir y cerrar de ojos cumplió con la primera de las premisas y tiró de galones y de una plantilla volcada con su técnico para cerrar la segunda. La exigencia era entrar en los play-off, pero el madrileño se encargó de cerrar el objetivo del ascenso, incluso antes de lo que nadie podía prever.

El míster aterrizaba en Mallorca acompañado de su familia y su cuerpo técnico y respaldado por una amplia experiencia en el fútbol español dirigiendo a equipos como Levante, Getafe o Villarreal. Sin embargo, su exilio a Abu Dhabi, China o su última andadura por Arabia Saudí suscitaban serias dudas sobre los conocimientos que podía tener de la Segunda División.

El madrileño, de carácter abierto y seductor, se topó de bruces con un vestuario celoso de su intimidad, creado a viva imagen de su predecesor en el cargo. Chocó en el mallorquinismo y también en el plantel su franqueza y espontaneidad, acostumbrados como estaban a limpiar los trapos sucios en casa, pero esa dictadura proteccionista poco a poco la fue convirtiendo Luis García en una revolución. Poco a poco los resultados fueron dando la razón a un técnico en el que el vestuario empezó a confiar y en el que su máximo nexo de unión era un Manolo Reina con el que ya había coincidido en su etapa en el Levante. 

Su segunda temporada, ya en Primera, arranca con el objetivo de la permanencia. Un inicio de curso para enmarcar, otorga al madrileño una calma que se va disipando con el paso de las jornadas. Y pese a la racanería de una dirección deportiva que le orquestó una plantilla sin mimbres y desequilibrada, nunca se atrevió a levantar la voz o decir algo en su contra. 

Pero de repente todo se rompe en el mes de diciembre. Los resultados empiezan a desfallecer y los egos a crecer dentro de un vestuario dividido entre los pesos pesados y los recién llegados. El preparador se ve superado por la situación y no consigue poner freno a varios capítulos desagradables que tan solo son capaces de silenciar las redes sociales del club, la marcha de algunos futbolistas y dos triunfos oportunos y consecutivos. 

Al siempre dicharachero Luis, algo le hace cambiar. Se niega a valorar el mercado invernal, en una decisión sin precedentes, y el club le prohíbe expresarse abiertamente sobre los lesionados, un tabú para muchos técnicos que nunca antes lo fue para él. Su discurso, que hasta el momento tenía enamorado al mallorquinismo, empieza incluso a aburrir. Y sus decisiones, a no convencer. García Plaza pierde fuelle, pero insiste en sentirse con fuerzas para revertir la situación.  

Agitador y defensor de los suyos hasta límites insospechados, al madrileño no se le cayeron los anillos cuando, sin tan siquiera necesidad, elaboró un alegato a favor de Pablo Maffeo al ser catalogado de «asesino» y «carnicero». «A los míos no me los tocan», ladró visiblemente enfadado.  

Luis García se ha sentido solo. Sin el apoyo de una propiedad que nunca casó del todo con su carácter, quizás demasiado abierto. Sin el apoyo del que fue su amigo Pablo Ortells y por el que aterrizó en la isla hace ahora temporada y media, quien decidió poner tierra de por medio y evitar así juntar ocio con negocio. Sin el apoyo tampoco de un vestuario que, pese a la confianza depositada en las últimas horas, nunca dio del todo su brazo a torcer. Al fin y al cabo, para él, todo era la afición, pero en las últimas jornadas también esta le dio la espalda, lo que fue, sin duda, el golpe más duro. 

Se marcha Luis con la cabeza alta, orgulloso de su trabajo y querido por un mallorquinismo que, más allá de los resultados, también ha sabido valorar su gran personalidad y carisma. Un bonito recuerdo el que deja para siempre. 

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