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Atlético de Madrid - Real Mallorca: una noche para el recuerdo

El Mallorca se agigantó en el Wanda ante el Atlético de Madrid en un partido para enmarcar de todas las líneas con premio en el descuento

Los jugadores del Mallorca celebran con Franco Russo el gol del empate ante el Atlético de Madrid. EFE

Todavía resuenan las tambores de la batalla que conquistó el Mallorca este sábado en el Wanda ante el Atlético de Madrid. El enemigo era imperial y su feudo inconquistable. Las esperanzas de sobrevivir eran prácticamente nulas. Había que rozar la perfección en cada tramo del verde y tener la dosis de suerte necesaria. Y se consiguió.

No es nada sencillo plantarse en un escenario tan colosal y jugar como lo hizo el Mallorca de Luis García. Y más viniendo de dónde se venía, con el equipo en franca decadencia y habiendo olvidado el sabor de la victoria. Línea por línea, los bermellones volvieron a relucir su arsenal al completo, aquel que ha aparecido en contadas ocasiones este curso y siempre ante rivales que les obligan a recular y salir a la contra.

Porque no hay que echar la mirada hacia otro lado. Este Mallorca se siente más cómodo cuando no tiene que llevar la iniciativa que cuando se le encierran y debe romper defensas. Los mismos que fueron incapaces de generar un tiro a puerta ante el Getafe –con la novedad de Abdón por Ángel– llevaron al límite a todo un Oblak en más de una ocasión.

Pero antes del ataque, el equipo se cimentó en la defensa. Russo –gol aparte– y Valjent, a excepción de la jugada del tanto rojiblanco, estuvieron soberbios con y sin balón. Cuando tocaba salir jugando, no dudaban en mover el balón de lado a lado, haciendo inútil la tímida presión colchonera. Sin balón, sostuvieron como pudieron el ímpetu de Cunha y secaron a Luis Suárez, que prácticamente no olió la pelota.

Es cierto que Jaume Costa sufrió un poco más con las incursiones de Llorente, pero Maffeo se comió a Lodi. El lateral catalán volvió a estar excelso, perfecto en defensa y valiente en ataque, especialmente en el segundo tramo de la primera mitad. Delante del cuarteto defensivo, Baba demostró por qué es insustituible para Luis García –y lo sería para el 95% de equipos de LaLiga–. El ghanés estuvo de diez, cortando, parando e imponiéndose en cada duelo físico. Galarreta, más escondido en ataque, estuvo más que correcto a la hora de ayudarlo en defensa.

Por delante, el 14 del Mallorca volvió a recordar a Dani Rodríguez, imparable en la escapada. Suya fue la acción que cambió el clima del partido en la primera mitad sirviendo un gran balón a Abdón. Kang In es intermitente, pero cuando aparece es un torbellino difícil de detener. Dos latigazos suyos metieron el miedo en el cuerpo a los más de 50.000 aficionados congregados en el templo colchonero. Antonio no apareció en ataque, pero se multiplicó en defensa.

Capítulo aparte merece Abdón. El artanenc no se arrugó en su segunda titularidad del curso. No hay Felipe ni Savic que valiesen para el 9 del Mallorca, que durante el tiempo que estuvo en el campo peleó, descargó, ayudó y disparó. Solo tuvo una, pero a punto estuvo de enchufarla.

Los jugadores del Mallorca rindieron bien a nivel individual, pero lo que les hizo ganar fue el colectivo. En los dos inicios de cada parte tocó asentarse, recular y aguantar las embestidas. Reina, quitando un tiro en la primera parte y el gol, no tuvo que intervenir más. Y ese es el mejor síntoma del partido.

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Los cambios, decisivos

Luis García tardó en reaccionar al asedio local. El Mallorca ya iba por debajo del marcador y necesitaba más. El cansancio era evidente en muchos jugadores. Take Kubo y Ángel, los grandes protagonistas de la remontada, entraron para darle otro aire al equipo. También Fer Niño, más intrascendente pero toda una declaración de intenciones del madrileño: el partido había que empatarlo como hiciese falta.

Y justo en el momento del cambio de Baba por el delantero, Kang In Lee sirvió un centro medido a Russo para que este volara más que nadie y se estrenara como goleador en Primera. Y allí el partido cambió. La idea era aguantar –Sedlar entró enseguida al campo–, pero nunca renunciar a lo que pasaría cuando ya se esperaba a que el cuarto árbitro anunciara el descuento. Contra de manual y Take Kubo, que con la lesión parecía olvidado, se recorrió medio campo con todas las miradas puestas en él. Gol y la locura en el campo, en el banquillo y en la grada, donde decenas de aficionados bermellones silenciaron al resto del estadio.

Un partido que se resume en los últimos diez minutos, pero que durará años en la memoria.

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