En nuestra idiosincracia está una expresión que nos define como isleños: ‘passar pena’. El mallorquín suele passar pena por las cosas hasta comprobar si salen o no como las tenía previstas. Mi madre –perdón por la referencia personal– pasaba pena, por ejemplo, cuando tenía un viaje. Antes de que empezara, cuando tenía lugar y hasta que regresaba a casa. El aficionado rojillo también está acostumbrado a ‘passar pena’ con el Mallorca. Se acentúa cuando se trata de un equipo que acaba de ascender. La tranquilidad no aparece hasta que se está asentado varios años en la categoría, como ocurrió en la década inicial de este siglo. La derrota ante el Athletic ya ha reactivado a los imbuidos por el pesimismo atávico mallorquín. A los que ya ven el tropiezo como el primero de una larga serie. Han pasado de sentir el orgullo de coliderar la categoría a estar seguros de que no vamos a sacar tampoco ningún punto en los dos próximos partidos.

Este Mallorca merece más confianza, por mucho que en el partido de San Mamés no ofreciera buenas sensaciones. El equipo sostuvo la avalancha del Athletic durante el primer tiempo y solo sucumbió tras recibir el primer golpe. Es demasiado pronto para evaluar con precisión lo que dará de sí esta plantilla, pero hay mimbres más que sobrados para mantenerse, aunque todavía hay muchas piezas que encajar para hacer un equipo que se haga respetar. Esperemos un Mallorca, no como el que regresó a Primera con Moreno y sí, más bien, como el que Cúper lideró en su primer año en la isla.