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Palma, una ciudad de primera | Por Emilio Pérez de Rozas

Robert Sarver ha debido estar en la isla un par de veces o tres. B. Ramon

¿De primera? O ¿de Primera? No todos los mallorquines, bueno, muy pocos mallorquines, y ustedes ya me entienden, defenderían que es tan o más importante ser una ciudad de Primera que de primera. Yo, sí. Claro que yo soy mallorquín de adopción, de amor apasionado desde hace 40 años a una bióloga mallorquina. Y mi criterio no vale mucho, pues si algo tengo claro y de eso quería escribir, queridos lectores y, por supuesto, aficionados al deporte, al fútbol, de lo contrario no hubiesen depositado sus ojos sobre este texto, es de lo importante que es para una ciudad tener un equipo en Primera División.

¿Importante?, se preguntarán muchos de ustedes (¿todos?, vale pues, sí, todos), será para el resto de capitales, de ciudades, de pequeñas ciudad y/o grandes pueblos de España, pero no para una capital como Palma. Eso es, para mí, un auténtico extraterrestre, algo que sí quiero defender y, por supuesto, criticar, perdón, comentar de esta maravillosa sociedad mallorquina (iba a decir, rojilla, pero no me atrevo porque a Son Moix van solo algunos miles de aficionados) en la que vive, perdón, sobrevive, un club, propiedad del norteamericano Robert Sarver, que ha debido estar en la isla un par o tres de veces. Ese es el primer punto al que me gustaría acogerme. No es una crítica, repito, es una realidad: nuestro ‘Mallorqueta’ es de un ‘yankee’, quién nos lo iba a decir. Porque, además, cuando fue propiedad de mallorquines fue torpedeado, vilipendiado, maltratado y ninguneado por todos, desde las administraciones públicas hasta los grandes ricos (bancos incluidos) y, por descontado, enormes empresarios turísticos-hoteleros de las Balears. Nunca nadie, con poder, dinero, imagen e intereses en el mundo mundial quiso echarle una mano al Mallorca para que formase parte, al menos, de la buena imagen que proyecta la isla. ¿Por qué?, pues sencillamente y de ahí el desprecio, porque todos ellos, los del dinero y los del poder, los políticos y los intelectuales, los dueños de grandes empresas y los pequeños emprendedores creen que Palma, Mallorca, las Balears, ya están lo suficientemente posicionadas en España (menos, pero bueno) y en el mundo como para depositar sus ojos (y ayudas, colaboraciones y complicidades) en un club de fútbol que solo puede ocasionar dolores de cabeza, manifestaciones incívicas e insultos a los dueños o accionistas tras el fallo de un penalti, en el minuto 94 de la prórroga del partido que significaba el ascenso a Primera. Alejen de mí ese cáliz.

No estoy pidiendo ayuda, solo reconocimiento. Puede que en una sociedad como la mallorquina donde las cosas de equipo no están demasiado bien vistas o la prioridad que deberían tener, valorar la necesidad de sentir como tuyo un club de fútbol que, encima, es propiedad de un ‘yankee’ al que casi le da igual si juega en Segunda o Primera, puede ser difícil de defender. Pero, repito, en muchos rincones de España, en más de los que los mallorquines pueden pensar (bueno, en realidad no lo han pensando nunca, porque jamás han considerado esa posibilidad como prioritaria,ni necesaria para su imagen y economía), se darían con un canto en los dientes por celebrar el ascenso de su equipo a la Primera División del fútbol español, el segundo escaparate deportivo más impresionante de Europa (y del mundo) tras la Premier League.

Ya hubo quien en su momento pensó que lo mejor que le podía ocurrir al ‘Mallorqueta’ es que lo comprase un magnate alemán y trasplantase un buen puñado de futbolistas alemanes a la isla. Pero, de momento, ha sido un extraordinario, puñado de futbolistas veteranos (Reina, Raíllo, Salva Sevilla, Dani Rodríguez y Abdón, por ejemplo), los que han cumplido el sueño de toda la isla y quien hoy debería recibir el más grande de los elogios, pues esa columna vertebral tiene una media de edad de 32,5 años y se han dejado la piel en el campo. Ellos y Luis García, que ha sabido exprimir y aprovecharse con sabiduría y tacto del inmenso legado de Vicente Moreno, deberían inundar la plaza de las Tortugas de entusiasmo, cosa que, con pandemia o sin ella, no sé si ocurrirá.

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