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Lo celebraré el año que viene | Por Matías Vallés

El Mallorca asciende a velocidad de vértigo, pero también recae al ritmo frenético - Ahora debe revalidar en Primera el tránsito más inesperado de su historia

Andy Kohlberg, en el palco del Mallorca-Oviedo. Manu Mielniezuk

Con su permiso, lo celebraré el año que viene. Comparto la felicidad y agradezco las prestaciones del equipo, pero aplazo los festejos inherentes a la meteórica recuperación de un Mallorca en Primera hasta mayo de 2022, para no reincidir en el charco y el chasco del descenso automático a la primera oportunidad. No deseo malgastar todavía la energía que después aumentará un disgusto que todavía no se me ha curado. En especial porque los mallorquinistas no descendieron doce meses atrás. Simplemente, se ausentaron de la competición, con una regularidad derrotista que no atendió a pandemias.

Habrá que empezar provocando. De haber despedido a Vicente Moreno antes de que acabara de hundir al equipo en Segunda, el Mallorca habría jugado esta temporada en Primera. Los adoradores del penúltimo entrenador deben reflexionar en el esfuerzo hercúleo del Espanyol para superar las flaquezas de su técnico reservón, con una plantilla que le obligaba a adelantar ahora mismo en más de diez puntos al segundo. Por contra, el mallorquinismo ha encontrado un nuevo Moisés en Luis García Plaza, un conductor correcto y que no consta que haya aprovechado su prestigio creciente para negociar su contrato con un rival directo. Ha demostrado un conocimiento extensivo de su plantilla, poco más se le puede exigir a un profesional.

Quienes hemos postergado la celebración hasta Mayo’22 conservamos la cabeza fría para recordar que el Mallorca está en Primera, pero no dispone de un equipo adecuado a tan exigente categoría. La pasada temporada se concibió como un homenaje a la plantilla que había culminado dos ascensos consecutivos, un concepto romántico que derivó en un estruendoso fracaso. El club puede optar de nuevo por el sentimentalismo caduco, o por racionalizar que la pérdida de la categoría reina es una catástrofe sin paliativos.

Y aquí llega el momento en que los mediterráneos temperamentales hemos de comprender a unos propietarios gélidos, que se conformaban esta temporada con la cuarta plaza que ocupa el club en orden presupuestario. Aunque resulta difícil de entender para los aficionados que hoy sienten el corazón henchido, los auténticos dueños del club lo examinan como una inversión, sin obsesiones sentimentales. Tener acciones de una entidad financiera no convierte a nadie en amante de la banca.

Hablando un día con el presidente Andy Kohlberg, se maravillaba de que a los aficionados mallorquines les gustara tanto el fútbol. En la NBA, es común que los seguidores lleguen tarde y se marchen pronto, que abandonen el partido a su suerte para comprar pizzas y demás delicadezas. El antiguo doblista de tenis se admiraba de la erudición de los espectadores españoles, que van al campo a ver el partido y no un espectáculo dominguero con animadoras.

El primer fin de semana de este mes, los fanáticos del Manchester United invadieron el estadio de Old Trafford, por la implicación de la propiedad del club en la malhadada Superliga. Exigían al magnate estadounidense Glazer, que rima con el magnate estadounidense Sarver, que se desprendiera de sus títulos. Consiguieron una carta en que los dueños expresaban «una sincera apología por los errores cometidos». Y todo ello después de lograr un club que vale más de tres mil millones de euros. Los aficionados también habían olvidado que vendieron sus acciones, al igual que en esta isla. No hay ningún riesgo de que el Mallorca engrose la Superliga, pero sí de que confeccione una plantilla claramente insuficiente, como en el año 1 a.C. Antes del Coronavirus.

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