Si hubiera tenido que escribir un artículo antes de que empezara el disputado en Sabadell, lo hubiera titulado: «el empate es bueno». Supongo que más de un mallorquinista hubiera puesto el grito en el cielo, viendo la situación del rival en la tabla y la oportunidad que suponía ganar un partido que podía situar al Mallorca 9 puntos por encima del Almería en caso de victoria. Ahora, a toro pasado, el empate, al igual que en Castalia, habría sido extraordinario y es a lo único que pudo aspirar el Mallorca desde el momento en que Jaime Sánchez adelantó a los locales. Se quejó García Plaza de que el equipo no había recibido el cariño que se merecía tras la derrota ante el Castellón, pero ayer hizo méritos para que todavía se le quiera menos. El Mallorca ha pasado de ser un equipo intratable lejos de Palma, al peor visitante en los últimos cinco partidos, un once vulnerable, incapaz de remontar marcador alguno. Para hacerlo es preciso rematar entre los tres palos y la primera parada de Mackay no llegó hasta el minuto 73. La segunda, y última, data del 86 obra de Mollejo. Casi el único que lo intentó fue Galarreta, que tiró a portería el triple de veces que un Alvaro que demuestra, partido tras partido, que no encaja en esta delantera. Quiero creer que no es por falta de calidad sino de compenetración con un equipo que estaba acoplado. El Mallorca está viviendo este final de temporada de rentas, pero conviene ponerse el mono de faena y sumar a ser posible de tres, empezando por el partido ante el Mirandés que no lo pondrá nada fácil.