Lo mejor que puede hacer Manolo Reina es olvidar lo antes posible el partido ante el Fuenlabrada. El portero de Mallorca, de 35 años y que está cuajando una soberbia temporada, estuvo especialmente desafortunado en los tres goles que encajó ayer en Son Moix. De hecho, en una sola tarde recibió casi los mismos tantos que en las dieciocho jornadas anteriores, una circunstancia que lo dice absolutamente todo.

Quizá el error que más le duele sea el primero. Es el más grosero, sobre todo para un meta de su enorme experiencia. No pudo blocar el balón tras un tiro de falta de Iribas porque le bota justo antes, algo que aprovechó Pulido para adelantar a los madrileños en el minuto diez. A lo largo de este curso ha realizado paradas mucho más complicadas que esta, pero el fútbol ayer le obligó a vivir la cara más amarga para un cancerbero. Su rostro de resignación era evidente porque sabía que no había estado bien.

En el segundo tiene menos culpa porque la pelota se cuela desde una falta lateral que la pierde de vista por la maraña de futbolistas y roza en algún jugador del Mallorca antes de que le supere. Sin embargo, da la impresión de que pudo haber hecho algo más.

Y en el tercero, que costó la derrota, el de Villanueva del Trabuco despejó con los puños demasiado centrado un envío relativamente fácil, por lo que el balón cayó en las botas de Damián, que no perdonó. Reina, uno de los ídolos de la afición por su sensacional rendimiento en sus cuatro cursos como bermellón, y un referente en el vestuario, llegó a este duelo como el meta que menos goles había encajado en la historia de Primera y Segunda en las primeras dieciocho jornadas. Tiene derecho a equivocarse.