Quizá la historia hubiera sido muy diferente si el Mallorca hubiera apretado en la primera parte como lo hizo en la segunda ante el Zaragoza, por mucho que el resultado no se moviera del empate a cero. Los de Luis García Plaza mostraron dos caras en La Romareda, una más conformista y con menos garra, y la otra más descarada, con más hambre. Fueron dos partidos dentro de uno, aunque la falta de puntería fuera común a lo largo de los noventa minutos.

Disputar cinco encuentros en trece días, aunque las numerosas rotaciones surtan efecto, pudo afectar a la hora de afrontar el duelo ante un rival tembloroso. Los de Luis García Plaza estuvieron planos en el arranque, incluso espesos a la hora de hacer daño, algo que en las últimas jornadas fluía con naturalidad. Lago apenas entró en juego, Dani Rodríguez y Marc Cardona no aportaban y solo los chispazos de Amath daban vida a un equipo que no daba un paso hacia adelante.

Sin embargo, el panorama cambió sustancialmente en la reanudación. García Plaza reclamó morder más a un adversario que sentía miedo con un soplido. Acertó el técnico dando entrada a Galarreta y Mboula, que apretaron el acelerador de los suyos. El Mallorca demostró que quería ganar. El extremo dispuso de la mejor ocasión en el minuto sesenta y cuatro. Todavía se debe preguntar la razón por la que disparó tan mal después de hacerlo todo bien y Abdón, que acababa de entrar, también obligó a lucirse a Cristian, meta de los aragoneses, poco después.

Los bermellones, con más consistencia también por la presencia de Antonio Sánchez, elevaron el ritmo de juego, pero no fue suficiente. Igual que ante el Mirandés o Albacete, falló la definición. Y eso cuesta puntos. Como los dos que dejó escapar ayer de un escenario que en otras etapas daba auténtico pánico. No fue el caso.