Si un aspecto ha caracterizado siempre al Mallorca desde que llegó Vicente Moreno al banquillo en 2017 ha sido afrontar los encuentros con el esfuerzo y sacrificio como armas más poderosas. Aunque los resultados no acompañasen, la sensación tras los partidos era que los jugadores lo habían dado todo, o al menos lo parecía. Sin embargo, tras la vuelta a la competición, todo se ha quedado atrás y el equipo camina sin frenos hacia el descenso.

Ahora la historia es completamente distinta. Toda esa actitud, esa manera de jugar que ha servido para volver a conectar con una afición desencantada hasta hace tres años, es algo que parece haberse diluido y, en un equipo que no anda sobrado de talento individual, es uno de los motivos que explican el mal momento de los bermellones y, por ende, que el equipo se asome al abismo de la Segunda División.

El confinamiento y la falta de actividad durante tres meses han pasado una gran factura a las piernas y cabeza del equipo, quizás incluso demasiada. Es cierto que el calendario en su reestreno en la competición no ha sido el más propicio exceptuando el encuentro ante el Leganés, Barcelona, Villarreal, Real Madrid y Villarreal. Pero la imagen mostrada hasta ahora no ha sido la de un equipo saltando al campo con el cuchillo entre los dientes para luchar por evitar el descenso, sino más bien la de un equipo superado por las circunstancias ante el primer contratiempo.

Exceptuando los encuentros ante Villarreal y Real Madrid, el equipo ha mostrado cierta apatía e impotencia, en especial tras encajar el primer gol del rival. El mejor ejemplo se vio el sábado ante el Athletic. A pesar de arrancar con más o menos acierto, tras el gol de penalti de Raúl García todo el grupo se vino abajo. Caras largas entre los jugadores, imprecisión en las jugadas y desconcentración fueron una constante hasta el gol de Budimir. Al final fueron tres goles en contra, pero dio la impresión de que si los rojiblancos hubiesen querido habrían sido muchos más, ya que este Mallorca poco tiene que ver al que empató ante el Betis y venció al Eibar a domicilio antes del parón.

Ante el Leganés, posiblemente el punto de inflexión que marcó empezar a calificar la permanencia como un milagro más que como una posibilidad, los futbolistas mostraron su cara menos reconocible en el césped del rebautizado Visit Mallorca Estadi. En un encuentro donde no se podía fallar, solo uno de los dos equipos saltó al campo con la intención de hacerse dueño del encuentro y no fueron los locales. Los bermellones, siguiendo las instrucciones desde el banquillo, dieron un paso atrás y se parapetaron en su propia área, desentendiéndose del esférico como nunca antes se había visto con el de Massanassa al cargo, cediendo toda la iniciativa a un equipo que, si bien se encontraba peor clasificado que el Mallorca, no dudó en ir a por el partido.

A pesar de todo ello, es cierto que la presión de vivir una final cada tres días puede haber sido una losa demasiado pesada. Ahora quedan seis finales y, si bien puede que el desenlace de la nueva aventura del Mallorca en Primera se acabe antes de lo esperado, es momento de que los jugadores den un golpe sobre la mesa. La permanencia es un premio que no se puede dejar pasar.