"No hace falta ni decir cuál es el objetivo. Sé a lo que he venido". Fue la carta de presentación de Vicente Moreno (Masanasa, Valencia, 1974) como entrenador del Real Mallorca el 20 de junio de 2017. Hacía quince días que el equipo había consumado, de forma traumática, su descenso a Segunda B. El consejero delegado Maheta Molango, esta vez bien asesorado, optó por un profesional atípico por su repelús al estrellato y por ser una persona normal en un mundo donde sobresalen los egos. Dos años después, Moreno devolvió primero al club al fútbol profesional y lo deja en Primera División.

Trabajador incansable, discreto, alejado siempre de la polémica, veneno para los periodistas, que se quejan de que nunca da un titular que llevarse a la boca, ha sido y es la clave de que el Mallorca vuelva a ser visible tras quedar en los huesos después de su salida del fútbol profesional.

Desde la discreción, alejado lo máximo posible de los focos mediáticos, Moreno ha ido confeccionando un equipo ambicioso, como todos los que él dirige. Con él no valen medias tintas. Intenta llegar al éxito por el camino más corto. Por eso sus equipos son siempre valientes, atrevidos, ambiciosos, tanto que en alguna ocasión se la ha pegado. Como ex futbolista profesional, sabe mejor que nadie que el protagonismo es siempre de los jugadores. Nunca le ha dado un ataque de importancia y, como todos sus colegas, tiene asumido que al entrenador siempre se le acaba matando.

Ayudado por Daniel Pendín en las jugadas de estrategia y por Daniel Pastor en la preparación física, sus dos principales escuderos, respeta el espacio de los jugadores y la sala de prensa. Pese a que a sus 44 años está lejos de ser un veterano de los banquillos, sale como un maestro de las preguntas comprometidas. Mide hasta la exageración sus respuestas para no caer en provocaciones y, sobre todo, no molestar a nadie. Es difícil sacarle de sus casillas. Y eso que se le vio encendido y mordiéndose la lengua tras caer 2-0 en Riazor, que dejaba muy cuesta arriba la eliminatoria.

A Moreno se le ha de entender por sus decisiones. Nunca critica a un futbolista suyo en público. Si no le ha gustado la actuación de un determinado jugador, a la semana siguiente se va al banquillo o a la grada. Ejemplos hay que sobra: Valcarce, Castro, Abdón, Álex López, Fran Gámez. No acostumbra a dar explicaciones. Las decisiones son solo suyas, por lo tanto es él quien acierta y quien se equivoca.

Trabajador empedernido -"se pasa el día en Son Bibiloni, es el primero en llegar y el último en irse"-, dice una persona del club que está muchas horas a su lado-se ha sabido ganar a sus jugadores con halagos en momentos oportunos. Ha fortalecido a la plantilla. Con más o menos minutos, todos han tenido su momento de protagonismo. Y nadie se ha atrevido a discutir sus decisiones. Nadie levanta la voz en Son Moix.

La máxima de Moreno es actuar con naturalidad, consciente de que el Mallorca, hasta no hace tanto, ha sido una entidad muy dada a estados emocionales extremos. "Le obsesiona huir del ruido, no quiere que nada perturbe su trabajo y el de sus futbolistas", afirma la misma fuente del hombre que ya está a la altura de Serra Ferrer, Luis Aragonés o Héctor Cúper.