Las bengalas de odio se han transformado en dos años en bengalas de euforia. Son cosas del fútbol que no sé cuánto tienen de extraordinario, cuánto de inexplicable y cuánto de imponderable, que diría Luis Aragonés.
Lo cierto es que en dos años el sentimiento mallorquinista se ha transformado radicalmente y en esta ocasión, casi daba igual el resultado en comparación a lo mucho que importaba el de hace dos años. Caer al pozo de la Segunda B más de treinta años después era algo así como un insulto a la afición que no se imaginaba algo de esas características ni en las peores circunstancias.
Ahora, dos años después, y uno después del regreso a Segunda División, el orgullo, la identificación y el sentimiento no dependían de un resultado frío, sino de sensaciones calientes transmitidas durante un ejercicio llamado a ser de estabilidad y convertido en mucho más de lo esperado.
Al final, los objetivos no son solo alcanzar la meta, sino también el recorrido hasta alcanzarla como tal. Y el recorrido es eterno porque la Segunda División así está conformada: 22 equipos, 42 jornadas, y unos play-off cuya intensidad y tensión agotan no solo al que juega sino también al que sufre con ello.
Al final el fútbol devolvió al Real Mallorca a la gloria. Contra toda lógica el equipo rojillo regresó a la categoría que abandonó ahora hace seis años. El mérito no es ese, el valor es todo lo que ha cambiado el equipo en menos de dos años.