No es el Real Mallorca, es la Mallorca real. No fue solo un corazón que latió acompasado con el impulso de decenas de miles de aficionados, fue el cerebro colectivo que impuso el diapasón de tres goles no solo impresionantes en número, sino también en la pauta melodiosa de su consecución.

El tanto inicial se obtiene en la primera parte, para empezar a horadar la autoconfianza del Dépor. El segundo gol a la hora de juego, no como raíz sino como fruto de un Mallorca que le estaba ganando la guerra psicológica a los gallegos. Y con los rivales prácticamente noqueados, una tercera diana extraordinaria que nos ahorraba el martirio de la prórroga.

El Mallorca está donde merece, después de ofrecer un espectáculo impresionante. Más allá del fútbol, una interpretación magistral de una docena de jugadores que asumieron la representación de la isla que habitan. El retorno a Primera se produce veinte años después de la gesta de Birmingham. Más allá de la goleada, sirve de reivindicación.

No hubo especulación ni épica, no hubo conservadurismo ni drama. Hubo solo una apisonadora que aplastó implacable al Dépor, y probablemente a cualquier otro equipo que se hubiera cruzado ayer en su camino. "Noventa minuti en Son Moix son molto longo". O "Son Moix longo", traduciendo a Juanito al gallego. En efecto, la vuelta se convirtió en una eternidad para los coruñeses, que sufrirán pesadillas durante semanas porque nunca habían soportado a unos rivales tan pegajosos.

El Mallorca no recuperó anoche al club tristemente borrado de Primera seis temporadas atrás, sino al que disputó honrosamente una final de la Recopa de Europa. De ahí que el ascenso parezca un premio insuficiente, y que la nostalgia obligue a buscar parecidos razonables con el mallorquinismo clásico. Por ejemplo, Budimir podría ser Budamir por su espíritu contemplativo y budista. Pero en cuanto tiene a los defensas del Dépor meditando, los dribla dentro del área en una jugada hoy inverosímil. A continuación, suelta un zarpazo de delantero valiente, porque un débil hubiera regalado el balón a las nubes. ¿Cómo no apreciar en su silueta longilínea, su flequillo y su flema a una reencarnación del gigantesco Stankovic?

El Mallorca despertó mi curiosidad en el último tramo de la Liga gracias a Estupiñán. El ecuatoriano transmite la electricidad, y fue el primer conato de que quizá los bermellones no pertenecían a la categoría donde militaban. Dará días de gloria al fútbol, aquí ha cumplido sobradamente incluso con el handicap que supone pertenecer a otro club, y saberse traspasado antes del fin de la temporada.

Ya acabamos, y todavía no nos hemos atrevido a hablar del mejor jugador de anoche sobre el campo. Tiene un nombre tan simple como su identidad, Baba. También es lo más feroz, determinado y elemental que se ha visto sobre el césped desde Makelele. Sus intercepciones continuas y racionales desarbolaron a los coruñeses. Era el único jugador sobre el campo que hubiera aplaudido la llegada de una prórroga, donde se hubiera seguido multiplicando por diez. No me extrañaría que a estas horas siguiera galopando en solitario por Son Moix.

El Mallorca ganó a la mallorquina, sin excesos pero sin permitir la respiración del rival. Desde la modestia, desde la paciencia. Y así llegamos a la figura de Robert Sarver. Ningún empresario local entendió su inversión en un club fatigado y castigado, millones de euros que precipitaban un descenso innombrable a Segunda B. No se inmutó, por lo que un banquero estadounidense ha dado la mayor alegría a la isla en este siglo.

El Mallorca empezó el partido a dos goles de Primera, y tardó una hora en recuperar la categoría que nunca debió perder. Después de años destacando la excepcionalidad de Rafael Nadal, el tenista comprobó ayer con admiración que un equipo entero podía comportarse de acuerdo con sus normas. Y eso que la aportación del tenista en el campo se veía contrarrestada por su escolta en el palco, formada por José Hila y Cati Cladera.

La despedida debe consistir en un emotivo recuerdo a Javier Tebas, el supremo ignorante de la Liga de Fútbol que hace unas semanas puso al Mallorca como ejemplo del club que había que evitar que llegara a Primera, porque devaluaba las finales de Copa. Pues ahí estamos, fenómeno, pisando fuerte.

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