En el fútbol la victoria está siempre tan presente como la derrota, aunque se pueda acabar empatando, como le sucedió el sábado al Mallorca en Lugo (1-1). Sin embargo, lo más importante es saber competir. Eso sí que es innegociable. Y los bermellones lo hacen. En apenas siete jornadas de competición, esta capacidad para no arrugarse se ha convertido en la mayor característica que están demostrando en este inicio de campeonato, por mucho que sean unos recién ascendidos.

De hecho, están forjando sus buenos resultados a base de mostrar oficio, incluso en los peores momentos, cuando muchos otros equipos hubieran tirado la toalla. Pero eso no forma parte del ADN del grupo que dirige Vicente Moreno, un entrenador ambicioso que, cada vez que habla, eleva el listón de exigencia, aunque siempre con las palabras adecuadas. Es una herencia de la exitosa pasada campaña, aunque la presente sea otra historia a todos los niveles.

El Mallorca acumula once puntos de veintiún posibles, un balance positivo que le permite estar en la parte media alta de la clasificación. A buen seguro que en verano una buena parte del mallorquinismo hubiera firmado un inicio como este, sobre todo después de venir de la Segunda B y con el tormentoso recuerdo, que para muchos debería ser ejemplarizante, de las anteriores cuatro temporadas en la división de plata.

Ha perdido dos partidos, cierto, ante el Alcorcón (1-0)ante el Alcorcón (1-0) y el Albacete (1-3), cada uno con sus particulares circunstancias, pero dando la cara en todo momento. Algunos pensarán que solo faltaría que no lo hicieran, pero lo que es seguro es que en ningún momento ha bajado los brazos. El sacrificio por el compañero, tan necesario en el fútbol profesional y tan deseado por los entrenadores, es una constante. De hecho, no hay voces que hablen de falta de actitud en esta plantilla, ni mucho menos, a pesar de que no todos los resultados están siendo favorables, ni siempre está siendo mejor que el rival.

Y el ejemplo más reciente es el del sábado en el Anxo Carro. El Mallorca cuajó un esperpéntico inicio, dice Moreno que fueron "siete u ocho minutos", aunque parecieron muchos más, los suficientes para que el Lugo se pusiera por delante en el marcador con el tanto de Pita. El equipo estaba blando, tan nervioso como desconocido, pero supo resistir en el alambre frente a un rival que empujaba, espoleado por sus aficionados, hasta que se espabiló. Sin estar entonados como en otras ocasiones, los Salva Sevilla y compañía empezaron a tener más el balón, a elevar el ritmo y, con más desaciertos que aciertos, le dejaron claro al adversario que no se iban a dejar ir. Solo así consiguieron dejar atrás la monumental empanada con la que habían empezado para lograr el empate, gracias a un golazo de Fran Gámez, poco después de que Aridai estrellara un balón en el larguero.

La segunda parte fue otra historia y los rojillos mostraron su sello, con más contundencia en defensa y más verticalidad en ataque, pero el resultado, a pesar del tiro al palo de Salva Sevilla o el paradón del meta Juan Carlos al lanzamiento de falta del almeriense, ya no se pudo mover. Pero da igual. A Moreno le dio rabia no haber ganado, al igual que al resto de la expedición, pero todos ellos son conscientes de que con este nivel de compromiso ganarán más partidos que los que perderán. Seguro. Ante el Albacete ya demostraron que, incluso con un futbolista menos, están dispuestos a morder hasta el final. Llegaron a igualar en el marcador, con el tanto de Lago, pero la expulsión de Raíllo hizo demasiado daño para evitar la derrota.

El Mallorca no puede presumir de pegada, pero sí de saber lo que hace y de percutir hasta encontrar el premio. De esta manera tumbó a Osasuna (1-0), Rayo Majadahonda (0-1) y Cádiz (1-0), con el sufrimiento lógico que supone la adaptación a la nueva categoría, y empató en Elche (1-1). En Santo Domingo cuajó su peor actuación, pero aun así fue capaz de crear ocasiones de gol ante un Alcorcón que fue mejor (1-0). Queda mucho, pero este Mallorca transmite confianza.