Estoy feliz, loco de contento, sonriendo por todos los mallorquines, pero no pienso celebrar nada. No hay nada que celebrar, señores, no estamos donde debemos. Aún no hemos conseguido nada. Entiendo que ustedes, que, tal vez, acudieron ayer (hicieron bien, ¡vaya que sí!) a la plaza de las Tortugas con sus hijos e, incluso, vibraron y hasta temieron que ese equipo tan vulgar dirigido por un excentral del Sevilla, Pablo Alfaro, que no juega a casi nada, les/nos arrebatase la gloria de ascender a Segunda División, el segundo escalón del fútbol profesional, pasasen una noche estupenda e, incluso, hoy lo celebren con los amigos en la oficina.

Pero yo, lo siento, no me atreví a tanto. Yo, saben, estuve el 19 de mayo de 1999 en el Villa Park de Birmingham. Yo, lo siento, viví como pocos aquella final de la Recopa en la que la Lazio nos arrebató la auténtica gloria, no la de ayer, no la de esta mañana de felicidad, no la de regresar ¡por favor! a Segunda División, no, la de ser campeón de Europa. Yo he sido un rojillo finalista de la Recopa. Yo eliminé al Chelsea, sí, sí, al ya entonces poderosísimo Chelsea en las semifinales de aquella competición. Y, claro, entiendan, amigos, que este ascenso, la angustia, peleada, sacrificada, profesionalizada del 0-0 de ayer, en Anduva, donde hace un año perdimos la categoría, me sepa a poco. Ni siquiera a recompensa.

No estamos donde deberíamos estar. No estamos donde estuvimos. No estamos en la división, en el fútbol, en la categoría que debería corresponder a este club antiguo, que representan a una de las islas más ricas del mundo y ubicado en una de las ciudades con mayor calidad de vida del Viejo Continente. Sé que a los mallorquines les importa poco más que su segunda residencia, pero su club, dejado de la mano de Dios durante años, durante décadas, ha vivido suficiente historia entre los grandes, que esta pequeñez de regresar a la categoría de plata del fútbol español debería saber a poco, a nada, ni siquiera a recompensa.

La recompensa, si acaso, la justicia, si es que ese señor rico, rico, norteamericano quiere hacernos un favor y se lo cree, como parecía creérselo anoche sobre el césped de Anduva el atlético Steve Nash, lo más cerca que alguien puede estar de la NBA, sería que nos ayudasen, pero de verdad, a hacer un equipo grande, bueno, potente, en manos de grandes profesionales (en las oficinas y en el césped) y volver a codearnos con los equipos de Primera División. Porque yo estuve en Birmingham y, desde aquella noche, ya todo me parece poca cosa, lo siento.

Y me encantó ver totalmente loco de felicidad, sobre el césped de Anduva, al bueno, al extraordinario, de Nash, también llamado 'Nasty Nash', 'Captain Canada', 'Hair Canada' y 'Two Time', que triunfó en los Phoenix Suns y se jubiló en Los Ángeles Lakers, que fue nombrado MVP en el 2005 y 2006. Y es a él, o a su amigo, o a su socio, o a su dueño milmillonario al que hay que pedirle que se tome en serio el Real Mallorca hasta convertirlo en finalista europeo.

El Mallorca de ayer, que tuvo que vestir de blanco para conquistar su final, que logró su ascenso nº 14 de nuevo lejos de su isla, fue un equipo sacrificado, que creía en el milagro, pero que se vio obligado a sobrevivir en medio de todas las trampas ¡y fueron muchas! que le tendió el marrullero de Pablo Alfaro, que, ciertamente, al final, oído el pitido final, en el minuto 96, fue el primero que se abrazó a don Vicente Moreno, el único ser que ayer merecía estar en la gloria, porque es a él a quien le debemos este pequeño milagro, que para muchos de ustedes será inmenso. Y, repito, lo entiendo.

Alfaro, que trató de arbitrar el partido desde la banda, que hasta protagonizó un auténtico Rubén Baraja (entrenador del Spórting que, desde la zona técnica, trató de impedir que un jugador del Barça B avanzase hacia su portería) cuando se peleó con los suplentes del Mallorca para meter una pelota dentro del campo rápidamente, que pidió tarjetas amarillas y rojas a gritos, cuando los que daban las patadas o empujones eran los suyos, vivió la impotencia de enfrentarse a un equipo organizado que se creyó, en demasía, que el 3-1 era suficiente. Y, sí, lo fue, pero más por impotencia rival que por méritos rojillos, perdón, ayer blanquitos.

Estos chicos, sí, se merecen regresar a Segunda, la auténtica Segunda, pero nosotros nos merecemos, algún día, volver a tener un 'Mallorqueta' de Primera. Y, no, no para volver a jugar la final de la Recopa, sabemos que es difícil, casi imposible, pero sí nos gustaría saber que alguien en la isla (o fuera de ella, ¿verdad Steve?) aspira a que su equipo de fútbol, con 102 años de historia, ansía y desea, hasta merece, estar a la altura de la proyección de su territorio y habitantes.