Se cerró el círculo en Anduva. Lo cerró el equipo, el club, el cuerpo técnico y, sobre todo, lo cerró una afición que ha estado con su equipo en las duras y en las maduras. Una hinchada volcada desde el primer minuto que celebró, junto a los suyos, el ascenso por el que llevaban todo un año luchando.

A falta de cinco minutos para que el colegiado pitara el final, el mallorquinismo estalló en la grada norte y en las diferentes tribunas del estadio. El Mirandés se había quedado sin tiempo para revertir el resultado de la ida. El Mallorca jugó sus cartas y lo hizo de la mejor manera. El pitido final desató la euforia y aunó las voces de los allí presentes al grito de "Campeones, campeones". Nunca antes Vicente Moreno sufrió tanto durante un encuentro. El técnico de Massanassa no se sentó ni un solo instante durante los 90 minutos del trascendental envite, por eso, cuando el colegiado certificó con su silbato el ascenso del conjunto bermellón, el valenciano estalló. Se desató con los suyos, con los que no le han fallado nunca y lo celebró también con el equipo, con esos guerreros que él mismo reclutó y a quienes les enseñó a blandir sus armas.

Aunque Anduva respetó las celebraciones del mallorquinismo, no puso las cosas fáciles antes y durante del encuentro. Cerca de un centenar de aficionados rojillos se agolpaban en las inmediaciones del estadio dos horas antes de que se iniciara el partido. El soleado día en Miranda de Ebro confluyó en una leve lluvia que apenas resistió media hora.

Al ritmo del tambor y el aguacero, la hinchada esperaba a los suyos para brindarles el primer aliento. Con la llegada del autocar del equipo, el mallorquinismo puso sus cartas sobre la mesa. No serían tantos como el rival, pero su apetito era mucho mayor. Un vendedor ambulante hizo su agosto a las puertas del estadio. Sus chapelas de "contrastada calidad" lucían bordadas con el escudo rojillo.

A cuenta gotas fueron llegando los futbolistas del Mirandés, algunos con el reggaeton asomando desde la ventanilla de sus siempre fastuosos autos. El partido no había comenzado a jugarse y el Mallorca ya ganaba por goleada.

"Camisetas y bufandas sí, banderas no". Esa era la consigna que tenía la seguridad del estadio. El Mirandés cumplió lo prometido y obró, con ciertos matices, su discutida iniciativa. El mallorquinista era despojado de la bandera que ondeaba cual capa a su espalda, pero mostraba con orgullo su uniforme en tierra hostil.

Prohibido entrar banderas del Mallorca en el estadio de Anduva

Prohibido entrar banderas del Mallorca en el estadio de Anduva

Como ya se vivió en el centro de Miranda horas antes de que se iniciara el encuentro, las hinchadas no protagonizaron ningún episodio violento y ambas disfrutaron de la fiesta del fútbol que se respiró en tierras burgalesas.

Minutos antes de que se iniciara el encuentro, todavía vendían en las taquillas entradas para el envite. Casi un millar de asientos finalmente aguardaron libres durante el enfrentamiento. Una auténtica lástima cuando tanto mallorquinista habría pagado por ocuparlos. La megafonía y la reverberación se alineaban con los locales, algo que no desalentó a los rojillos, que aprovecharon cada breve silencio para alzar la voz.

Con el pitido final se desató la locura. La vigilancia del estadio evitó la invasión de campo, pero no pudo sostener a la familia mallorquinista, quien manteó a su entrenador a la voz de "Moreno, Moreno". Maheta MolangoM bajó los escalones de la grada al grito de: "Vamos, joder". Le seguía su inseparable camarada Steve Nash y algo más atrás, a un paso menos acelerado, se regocijaba su presidente Andy Kohlberg.

Ya en el vestuario, Abdón Prats cumplía con lo prometido y dejaba que Raíllo diera buena cuenta de su característico bigote. La promesa había valido la pena. Ya solo quedaban las celebraciones.