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Análisis

La nueva realidad del mallorca

Si la Segunda supone desaparecer prácticamente del mapa, la Segunda B es, sin exagerar, el infierno. El que se ha ganado a pulso el Mallorca, donde militará 36 años después. Es el regreso al mundo de los campos semivacíos, ubicados en localidades situadas a muchos kilómetros de las capitales de provincia, en horarios matinales para molestar lo menos posible al fútbol de élite y disputando partidos que son invisibles para cualquier medio de comunicación que no sea el local. Y la mayoría, en campos de hierba artificial, como el de son Malferit. A esto y mucho más deberá acostumbrarse el Mallorca a partir de finales de agosto en lo que supondrá una carrera para abandonar lo antes posible esta categoría maldita en la que ochenta equipos buscan las cuatro plazas que dan el ascenso a Segunda.

Si quiere ascender, el Mallorca deberá fichar a un entrenador de garantías -si finalmente es Vicente Moreno será así- y errar lo menos posible en los fichajes de jugadores que deben conocer la categoría. Debe hacerse un equipo para subir, pero, como ha ocurrido estas últimas temporadas en Segunda, si se cree que solo por el nombre se conseguirá el ansiado objetivo, será una pésima forma de comenzar y la peor de las noticias.

Esperan diez meses complicados para el Mallorca, que deberá empezar viendo cómo la afición le dará la espalda, cansada de tantos disgustos desde hace un lustro. Son Moix será lo más parecido a un entrenamiento con público y solo el paso de las jornadas, acompañado de resultados, puede animar a los más entusiastas. Es la nueva realidad, y cuanto antes se asuma, mucho mejor.

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